La denominación de filosofía analítica empezó aplicándose solo a los pocos filósofos de la primera mitad del siglo XX que defendían la tesis de que la solución (o disolución) de todos los problemas filosóficos vendría del análisis de las expresiones usadas en su formulación. Los filósofos analíticos (en este sentido estricto y temporalmente localizado) pensaban que todos los problemas filosóficos son problemas lingüísticos, es decir, problemas debidos a nuestra ignorancia de las complejidades del lenguaje en que los planteamos o a los defectos de dicho lenguaje. La solución de los problemas filosóficos se encontraría entonces en una mejor autoconciencia lingüística o en su traducción a un lenguaje artificial perfecto.
Un huraño profesor de la Universidad de Jena, Gottlob Frege, fundó a finales del siglo XIX la lógica actual, la filosofía de la matemática, la filosofía del lenguaje y el análisis filosófico. Pero nadie se enteró hasta bien entrado nuestro propio siglo. Bertrand Russell, Ludwig Wittgenstein y Rudolf Carnap fueron de algún modo sus discípulos, y desarrollaron la filosofía analítica de forma espectacular. La crisis del análisis filosófico tuvo lugar en los primeros años cincuenta, y su primer detonante fue la publicación por Quine en 1951 de su famoso artículo “Two Dogmas of Empiricism”, reimpreso en From a Logical Point of View en 1953, el mismo año en que aparecieron (póstumamente) las Philosophische Untersuchungen de Wittgenstein.
Cuantos más años pasan, más claro resulta que la filosofía analítica ha sido la mejor filosofía que se ha hecho en la primera mitad del siglo XX, y que sus creadores se cuentan entre los más grandes filósofos de todos los tiempos. El rigor diamantino de Frege, el lúcido desparpajo de Russell, la incandescente intensidad de Wittgenstein, la vigorosa audacia del Círculo de Viena, su común pasión por la exactitud y su implacable honestidad intelectual marcaron una época dorada de la historia de la filosofía. Pero conforme ha crecido su estatura como clásicos indiscutibles del pensamiento, han resultado también más evidentes las limitaciones e ingenuidades que frecuentemente acompañaban a sus concepciones más centrales.
Fuente: Ciencia viva. Jesús Mosterín. Editorial Espasa Calpe. Madrid. 2006.