La Esquerra Republicana de Catalunya mantuvo una alianza tácita con el reformismo central...

La Esquerra Republicana de Catalunya mantuvo una alianza tácita con el reformismo central, del que obtuvo seguridades de que el texto de la Constitución no trabaría los fundamentos del Estatut. Según Pla, “las intervenciones de los diputados de la Esquerra Republicana se caracterizaron –en Madrid- por el tono maximalista y revolucionario, llegando a veces a la más pura demagogia”.

En Cataluña, la Esquerra Republicana trató de contener al movimiento revolucionario anarcosindicalista, y esa actividad fue interpretada por el conservadurismo como “alianza”. Entre Esquerra, el partido de la pequeña burguesía catalana, y la CNT, había, sin duda, una cierta corriente de “simpatía”, proveniente de un pasado histórico reciente. La Dictadura primorriverista había colocado al nuevo catalanismo y al anarcosindicalismo en un mismo plano de represión. Varios miembros de la dirección de Esquerra, como Companys –seguidor de la tradición de Layret en este sentido-, habían sido abogados en la defensa de las clases obreras en sus conflictos con la patronal. El alineamiento de la Lliga con las fuerzas más regresivas del conservadurismo creaba un campo abonado para el mantenimiento tácito de la alianza entre “reforma” y “revolución” en Cataluña. Pero esta alianza mostró a veces su fragilidad, así como su inviabilidad final cuando en el período de julio de 1936 a mayo de 1937 coexistieron en Cataluña como dos poderes paralelos. Entonces se planteó el dilema: o la “reforma” destruía a la “revolución”, o ésta destruía al poder reformista. Fue lo primero, pero entonces la configuración de las fuerzas políticas y sociales en Cataluña era ya distinta, con la aparición de los comunistas del PSUC respaldando el proyecto republicano burgués contra el revolucionario.

Sin embargo, repito, la alianza halló campo abonado durante episodios de la fase no bélica de la República, aunque su realidad fue siempre compleja, jalonada por las divergencias y, a veces, por enfrentamientos abiertos. Para los observadores de la Lliga, en 1931 “el comunismo libertario era el programa de la Esquerra”. Eso a veces. En otras, la Esquerra era “fascista”: “Es ya, sin embargo, inútil todo lo que los hombres de la Esquerra hagan [...]. La opinión pública los juzgará; pues, aunque ellos, como buenos fascistas, no creen demasiado en ella, lo cierto es que la opinión pública es la que gobierna los pueblos”.

El año 1931 finalizaba, pues, con rasgos profundos de abierta discordia entre el conservadurismo y el reformismo que pugnaba por construir una república burguesa. Para Pla, “La República no puede ser sino una república burguesa, porque no se atisba por ninguna parte la fuerza para intentar una revolución a fondo”. Y evidentemente, ese era el objetivo del reformismo republicano en aquellos ocho primeros meses del nuevo régimen: para fundar una república burguesa era menester liquidar los profundos posos heredados del Antiguo Régimen: las estructuras sociales –como la propiedad latifundista de la tierra-, y las instituciones –como el Ejército, preñado de aristocratismo-. Y al mismo tiempo, era preciso promover un nuevo ambiente social y cultural, que valorase al individuo por su actividad social y su “utilidad”, más que por su linaje, su sangre y sus derechos providenciales. Pero ¿dónde estaba la clase social burguesa que pudiera respaldar el programa reformista? La burguesía y sus intelectuales orgánicos se desplazaban progresivamente hacia la derecha profunda, si es que no estaban ya anclados en su ámbito desde hacía mucho tiempo. Por ello, Pla confundía el reformismo burgués con la revolución: “Tenemos un régimen de socialismo larvado que está haciendo un mal incalculable [...]. Los socialistas [...] han visto realizadas con la República las ocho décimas partes de sus sueños”.

 

Fuente: La burguesía catalana ante la II República Española. Bernat Muniesa. Anthropos, Editorial del Hombre. Barcelona.1985.

 

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