La función de la filosofía tendría fundamentalmente como tarea la terapia de desenmarañar los embrollos o enredos verbales...

La función de la filosofía tendría fundamentalmente como tarea la terapia de desenmarañar los embrollos o enredos verbales señalando el mal uso que hacemos del lenguaje. Ejemplo de cómo el filósofo puede alterar el lenguaje ordinario o establecer otro lenguaje a su lado: “Yo no puedo saber si otra persona tiene un dolor de muelas.” Se trata de una oración que crea la idea de que hay una barrera infranqueable entre lo que cada uno siente, ve, palpa, etcétera. Pero la crítica del lenguaje debería reparar en que tal oración que crea la barrera del solipsismo entre mi dolor de muelas y el del vecino del quinto no es una oración ordinaria. No es el lenguaje ordinario quien mete estas ideas en las mentes de los hombres de la calle, sino los problemas del filósofo en torno a la esencia del “yo”; en la vida ordinaria no tenemos este tipo de problemas. Sucede que en esta oración no estamos siguiendo las reglas del uso ordinario porque el filósofo está distinguiendo en la diferencia entre “tiene un dolor” y “tiene una muela”. A partir de ahí construye una teoría filosófica: la radical mismidad de cada individuo o su radical soledad. Pero, añade Wittgenstein, estos problemas sólo son “castillos de naipes”, naipes mal utilizados porque sirven magníficamente para que juguemos al póquer pero no para hacer construcciones. No es que falle el lenguaje ordinario sino el modo como lo estamos utilizando.

 

Fuente: Otra historia de la filosofía. Julio Quesada. Ariel. Barcelona. 2003.

 

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