La gasificación de la industria comunicadora y su alud de datos suponen un grado de conocimiento. Para jugar al ajedrez, sin embargo, no basta con conocer...
La gasificación de la industria comunicadora y su alud de datos suponen un grado de conocimiento. Para jugar al ajedrez, sin embargo, no basta con conocer los movimientos de las piezas: es necesario saber crear un mosaico de relaciones entre ellas y con las del adversario. Al saber del primer paso o movimiento de las piezas se ha de unir el saber de las relaciones entre esas mismas piezas. En el primer grado de conocimiento, “se sabe”; con el segundo se adquiere la conciencia de que “se sabe que se sabe”. En esto radica el conocimiento creador, sólo que relacionar las piezas de la cultura o de la historia, pongamos por caso, es más arduo que hacerlo con las piezas del ajedrez, donde la lógica es formal.
El mundo de enlaces que es la “relación de las cosas” carece de límites. Esa dispersión ha sido la causa de la tendencia del conocimiento científico a construir modelos, lo cual es lo mismo que fijar límites. Incluso abriendo un mundo nuevo, Descartes creó límites cuando se presentó estrictamente interesado por “lo pensable”, declarando “irrelevante” lo no-pensable. Igualmente establecieron un fanático límite los empiristas anglosajones al sentenciar que “sólo lo experimentable es pensable”. Tal ha sido la estrategia del conocimiento científico que, para progresar, se ha visto obligado a parcelar y fragmentar. También en otro ámbito, las religiones, cada religión, constituyen un modelo excluyente de las otras, fijando claramente sus diferencias con la competencia, siempre nutriéndose, en este caso, de aquella parcela que los cartesianos definían como “lo no pensable”, o sea lo irrelevante. Los partidos políticos y sus programas son asimismo modelos y, por tanto, entidades limitadas.
Ocurre, a veces, que en los ámbitos tenidos por más serios o graves surge lo inverosímil. Lo es, por ejemplo, la vanidosa noticia del descubrimiento del llamado
top-quark , presentado en sociedad como la “última partícula material”, no en el sentido de la última descubierta por la protésica ingeniería nuclear, sino en el sentido pretencioso de ser la “final”. Sabemos, sin embargo, que eso no es cierto y que se trata de la “partícula final” de un modelo determinado. Desde que lord Rutherford inventara su modelo atómico le han seguido muchos otros y cada uno de ellos, es innegable, ha supuesto un avance respecto al anterior y un progreso hacia lo menor. Mas, sabemos que todavía se carece del modelo que permita un día hallar la
partícula vacía . Entonces se habrá alcanzado el final, pero ya será inútil.
A veces es necesario recurrir a un intelectual no rigurosamente científico para ensanchar horizontes. “El espíritu (conocimiento) muere en el mismo momento en que se cree poseedor”, afirmó Montaigne. “Lo que cambia sin cesar es lo que vive”, sentenció Nietzsche. Renan, por su parte, opinaba que “el conocimiento es más devenir que categoría”. Luego, los bergsonianos fueron decididos defensores de esas tesis, de raíz abiertamente heraclítea, y avanzado ya el siglo xx eran conocidos como los
movilistas , frente a los
fijistas de ascendencia parmeniana cuya posición lideró en los años cincuenta Julien Benda, afirmando que la ciencia se instala en categorías y que, como máximo, se limita a saltar de unas a otras (de unos modelos a otros en el caso nuclear a que nos referíamos más arriba), acomodándose allí donde cree haber encontrado una verdad. Tal momento sería, para Montaigne, el momento mismo del óbito de esa verdad.
Fuente: Nudos gordianos. Bernat Muniesa. Editorial Barcanova. Barcelona. 1995.
« volver