La grandeza de Diderot como filósofo se encuentra, en parte al menos...

La grandeza de Diderot como filósofo se encuentra, en parte al menos, en la tensión continua y palpitante entre la racionalidad y el instinto. A diferencia de otros pensadores ilustrados, como Voltaire i Kant, que sugerían la existencia de un orden enteramente racional que liberaría a los individuos de la penosa influencia de las fuerzas irracionales que se agitaban en su interior, Diderot escribió acerca de una naturaleza humana compleja, contradictoria y esencialmente oscura, sólo en raras ocasiones iluminada por la luz del sol de la razón. D’Holbach pensaba que había que desterrar la superstición y la opresión, pero era básicamente sereno en su fe en la razón; para Diderot, la vida siempre la estropeaban el error y la destrucción, porque los seres humanos no pueden ser siempre exclusivamente racionales. Como escribió, en tono pesimista, a Sophie Volland, la vida podía verse como un viaje de la imbecilidad al error, a la necesidad y la enfermedad, desde donde comenzaría un regreso a la imbecilidad: “Desde el momento en que balbuceamos hasta el momento en que farfullamos, viviendo entre sinvergüenzas y charlatanes de toda clase; y la mente se apaga entre un hombre que te toma el pulso y otro (un sacerdote) que te agobia el pensamiento; sin saber uno de dónde ha venido ni adónde va: voilà, esto es lo que llaman el regalo de los padres y de la naturaleza, la vida.”

 

Fuente: Gente peligrosa. Philipp Blom. Editorial Anagrama. Barcelona. 2012.

 

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