La historia intelectual se considera a sí misma, desde luego, una parte de la historia...

La historia intelectual se considera a sí misma, desde luego, una parte de la historia, parte del intento de comprender la experiencia humana en el pasado.

Su papel en la división del trabajo consiste en la comprensión de las ideas, pensamientos, argumentos, creencias, supuestos, actitudes y preocupaciones que, juntas, constituyeron la vida intelectual o reflexiva de sociedades pretéritas. Esta vida intelectual, sin duda, estaba unida -sin que puedan establecerse separaciones rígidas- a la vida política, a la vida económica, etc., de esas mismas sociedades. Empero, en la práctica cabe reconocer intuitivamente una distinción rudimentaria pero eficaz: mientras el historiador económico puede estar interesado, por ejemplo, en el tipo de cultivos que crecían en las tierras de los monasterios medievales, el historiador intelectual estará más interesado en las ideas que están presentes en las crónicas monásticas o en las bases teológicas de los ideales de la vida contemplativa.

De manera análoga, es cierto que todos los historiadores son, en la práctica, intérpretes de textos, tanto si son cartas privadas, documentos de gobierno, registros parroquiales, listas de ventas o cualquier otra cosa. Pero para la mayor parte de historiadores estos textos constituyen sólo los medios necesarios para comprender algo más que los textos en sí mismos, como puede ser una acción política o una tendencia demográfica, mientras que para el historiador intelectual la plena comprensión de los textos escogidos por él es en sí misma la finalidad de sus investigaciones. Por esta razón, la historia intelectual es particularmente propensa a beneficiarse de las contribuciones de otras disciplinas que se ocupan habitualmente de la interpretación de textos para sus propios fines, como sucede con la elaborada sensibilidad del crítico literario, atenta a cualquier forma de escritura afectiva y no-literal, o las técnicas analíticas del filósofo, que verifican el razonamiento que conecta aparentemente premisas y conclusiones. Además, las fronteras con las sub-disciplinas contiguas son necesariamente móviles y confusas: la historia del arte y la historia de la ciencia reclaman cierta autonomía, no sólo porque requieren cualidades técnicas especializadas, sino porque ambas pueden ser consideradas como parte de una historia intelectual más amplia, como se evidencia al considerar, por ejemplo, el conjunto común de conocimientos sobre las creencias cosmológicas o los ideales morales de un período que ambas pueden requerir.

 

Fuente: La edad de oro de los intelectuales. ¿Qué es la historia intelectual?. Stefan Collini. Debats, Junio/86.

 

« volver