La ideología fascista se inscribe en la prolongación de las corrientes ideológicas anteriores a la Gran Guerra...
La ideología fascista se inscribe en la prolongación de las corrientes ideológicas anteriores a la Gran Guerra, y ofrece de estas corrientes una síntesis nueva y original, cuyo equivalente no encontramos antes de 1914 aunque sí sean perceptibles sus elementos básicos. Se encuentra en el punto de confluencia de tres corrientes de pensamiento que, por otra parte, se hallan mezcladas en proporciones diversas según los países, pero que merece la pena diferenciar: el pensamiento contrarrevolucionario, el irracionalismo político y el nacionalismo de extrema derecha.
Desarrollado como reacción contra la Revolución Francesa, el pensamiento contrarrevolucionario tiene por principios esenciales la autoridad y la jerarquía. En esta concepción, que ve en el orden social un producto de la voluntad divina, la sociedad es fundamentalmente no igualitaria y el individuo no tiene sino deberes hacia ella. Este es un punto de vista vinculado con una visión pesimista del mundo, según la cual el hombre, tarado por el pecado original, se encuentra invenciblemente inclinado al mal y debe ser preservado de sí mismo por las cadenas de un orden tutelar. Esta línea de pensamiento se halla dentro de la tradición metafísica y religiosa de Occidente, y está inspirada en la imagen de una sociedad fundada sobre la monarquía y la división en órdenes y corporaciones, una sociedad ordenada por la superioridad natural de las autoridades y la sumisión respetuosa de un pueblo cristiano.
En el fondo del irracionalismo político se halla la idea de que la sociedad está cohesionada por fuerzas elementales que la razón no logra captar y que proporcionan su identidad a los miembros de la comunidad. Al igual que la contrarrevolución, rechaza el modelo del contrato social de Rousseau y la concepción de una sociedad fundada en el acuerdo de voluntades individuales iluminadas por la razón. Pero a diferencia de la contrarrevolución, el irracionalismo rechaza de un modo absoluto la razón y, además, tiende a sustituir la religión revelada por un neopaganismo. Para sus partidarios, la acción de fuerzas oscuras –el destino, la raza, la vida, la tierra- determina al hombre y lo hace pertenecer de modo exclusivo e irreversible a una comunidad a la que se halla unido por un vínculo instintivo. El vitalismo y el racismo son las dos variantes doctrinales más extendidas del irracionalismo: el primero inspiró al fascismo italiano y el segundo al racismo.
La última de las corrientes mencionadas es la del nacionalismo de extrema derecha, que adquirió su mayor auge político en la última parte del siglo XIX. Sucede al nacionalismo democrático que había unido de modo indisoluble la independencia nacional a la soberanía popular, alineándose con los principios antidemocráticos de la contrarrevolución, pero encerrándolos dentro de los límites de la nación, convertida ya en el marco insuperable de la vida social y en el foco de una adhesión cívica que compite con la fe religiosa y su universalismo. A diferencia también de la reacción, este nacionalismo está dispuesto a recurrir a la s masas populares y a movilizarlas para llevar a cabo su obra de renovación. Crispado en la voluntad de dar a la nación cohesión y unidad, se caracteriza por un repliegue desconfiado hacia concepciones particularistas, por la exclusión del extranjero, por la afirmación de valores de fuerza y poderío hacia el exterior.
El fascismo realiza una síntesis original de estas tres corrientes, no dejándose reducir a ninguna de ellas, incluso si se acerca más al irracionalismo político y al nacionalismo de extrema derecha, pues la contrarrevolución consiste en cierto modo en el tronco inicial. El recurso a las masas, su encuadramiento en el seno de un partido único, su participación regulada en la acción del poder, lo distinguen con claridad de esta última, y más generalmente del autoritarismo tradicional, a pesar de comulgar con los principios de orden, autoridad y jerarquía. Por otra parte, su fundamento irrac
Fuente: Nueva historia de las ideas políticas. Pascal Ory (Director obra). Mondadori España. Madrid. 1992.
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