La imaginación es peor que un verdugo chino: dosifica el miedo y nos lo hace saborear como gourmets...
La imaginación es peor que un verdugo chino: dosifica el miedo y nos lo hace saborear como gourmets. Una catástrofe real no golpea dos veces en el mismo lugar. El golpe aplasta a la víctima, que en el instante precedente estaba como nosotros cuando no pensamos en la catástrofe. Un peatón es alcanzado por un automóvil, propulsado a veinte metros y muerto en el acto. El drama ha terminado. No ha comenzado. No ha durado. La duración nace de la reflexión.
Igualmente, cuando pienso en el accidente, me equivoco. Pienso en él como un hombre que, siempre a punto de ser arrollado por el vehículo, no lo será jamás. Imagino el coche que llega; en la realidad, me escaparía si me diera cuenta de que voy a ser atropellado, pero no lo hago porque me pongo en el lugar de quien ha sido atropellado. Me ofrezco una visión cinematográfica de mi propio atropello, pero una visión ralentizada, e incluso congelada de tanto en cuando; muero mil veces estando vivo. Pascal decía que la enfermedad es insoportable para aquellos que cuidan su salud, precisamente porque se cuidan. Una enfermedad grave nos abruma lo suficiente para que ya no sintamos más que la acción presente. Un hecho, por malo que sea, tiene esta ventaja: pone fin al juego de las posibilidades, ya no tiene que ocurrir y nos muestra un nuevo futuro con nuevos colores. Un hombre que sufre espera, como una felicidad maravillosa, un estado mediocre que quizá la víspera le hubiese hecho sentir muy desgraciado. Somos más sabios de lo que creemos.
Fuente: Mira a lo lejos. Alain. RBA Libros. Barcelona. 2003.
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