La interdependencia de todas las cosas nos recuerda que aquí nada tiene una existencia absoluta en tanto que entidad fija y aislada...

La interdependencia de todas las cosas nos recuerda que aquí nada tiene una existencia absoluta en tanto que entidad fija y aislada. Yo no existo como sujeto autónomo e independiente de mi entorno. Debo mi vida y mi supervivencia a una infinidad de otros seres humanos, y a otros muchos fenómenos naturales.. Los actos y las opiniones que considero míos –“mis” actos y “mis” opiniones- y que parecen emanar de mi propia voluntad están determinados por otros muchos factores. Pero estos vínculos de dependencia lo son también de interdependencia. “Yo” soy el resultado, pero también el punto de partida de impulsos e iniciativas que, a su vez, ejercerán su influencia a mi alrededor. Mientras no haya comprendido, y sobre todo admitido e integrado íntimamente, todos esos vínculos de interdependencia, en tanto que no los haya aceptado alegremente, estaré ciego y caeré a menudo en las trampas del ego, del orgullo y del sufrimiento. Por el contrario, aceptarlos no me empujará hacia el fatalismo sino hacia la humildad en mis empeños y convicciones.

La vaciedad es el segundo de estos importantes conceptos budistas, y tal vez sea el origen de un gran número de malentendidos. La “vaciedad”, la “vacuidad, de todas las cosas”, no significa que no haya nada que exista verdaderamente, sino solo que lo que vemos carece de existencia concreta y sólida. Parecido a un arco iris: su existencia depende de mi posición, de la del sol, de las nubes que pasan… El arco iris existe para mí, pero no para otros seres humanos, situados distintamente. Lo mismo sucede con un enorme resentimiento hacia alguien que ha dicho algo espantoso de mí. Es muy real, lo siento invadirme el cuerpo y la mente. Pero si me entero de que esos comentarios nunca han existido en realidad, y que la persona de hecho ha hablado muy bien de mí, ¿qué pasará con el resentimiento y su temible solidez del instante precedente? Desaparecerá de inmediato. La vacuidad de un fenómeno o de una cosa no trata de su inexistencia ni de su ausencia, sino de su naturaleza inestable, móvil, subjetiva, compleja… La vaciedad es eso: la consciencia de la complejidad de todas las cosas. Y su consecuencia es la prudencia antes de dejarse llevar y de aferrarse sólidamente a la “reverberación de lo real”. La idea de la vaciedad -y sobre todo la experiencia que puede tenerse de la misma al meditar- puede al principio producir inseguridad, incluso ser deprimente, pero se convierte poco a poco en iluminadora, y casi en alegre, como la interdependencia.

Y luego está la impermanencia, de la que volveremos a hablar, que nos enseña que nada está destinado a durar, que todo lo que sucede es producto de composiciones y descomposiciones, organizaciones y desorganizaciones, transitorias y efímeras. Nada penoso, sino más bien iluminador y liberador.

 

Fuente: Meditar día a día. Christophe André. Editorial Kairós.Barcelona.2012.

 

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