La ley de Parkinson suele citarse como: “El trabajo se expande hasta ocupar todo el tiempo disponible para su desarrollo completo”...

La ley de Parkinson suele citarse como: “El trabajo se expande hasta ocupar todo el tiempo disponible para su desarrollo completo”. Pero el libro también explica cómo crecen las organizaciones sin relación coherente con ningún incremento o decremento de lo que supone deben hacer, como fruto de mecanismos jerárquicos y anomalías funcionales.

Hace cincuenta años, el caso más frecuente era el crecimiento de las estructuras, con relaciones internas cada vez más complicadas. Parkinson explicó cómo una organización de mil personas puede emplear todo su tiempo y todos sus recursos sin más objeto que el de comunicarse consigo misma, sin generar nada valioso para el mundo exterior. En la actualidad, ese problema persiste, a la vez que han surgido complicaciones adicionales en el sentido contrario. Con frecuencia, las reducciones de personal son un instrumento brutal y salvaje para incrementar el beneficio a corto plazo (más aún cuando tratamos con fusiones y adquisiciones). Así pues, el tamaño de la organización se reduce sin que existan razones funcionales para ello; y en muchos casos, se hace sin reducir los excesos de plantilla en cargos inútiles y entorpecedores. Esta extraña combinación de bulimia y anorexia es una de las enfermedades más graves que pueden sufrirse en toda clase de organizaciones: negocios, gobiernos, política, servicios públicos y privados. Y cuanto mayores son las dimensiones, más se agrava el problema.

El problema principal consiste en que una organización -como un ser vivo- se mueve por un impulso de crecer y reproducirse.

Pero mientras la vida, como tal, posee valor por el mero hecho de existir, no ocurre así con las empresas (ni con ninguna otra clase de organizaciones públicas o privadas), que solo merecen existir si están haciendo algo útil para otros y para la sociedad en su conjunto. Deben crecer cuando se necesita más cantidad de lo que hacen, pero reducirse si su utilidad disminuye y, si dejan de cumplir un propósito útil, deben desaparecer.

Esta es una constante en cualquier iniciativa humana, tanto si obedece a la búsqueda del beneficio económico como si responde a cualquier otro fin, tales como el servicio público, político o institucional.

 

Fuente: El poder de la estupidez. Giancarlo Livraghi. Crítica. Barcelona. 2010

 

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