La Mafia está al margen de la moral cristiana, si bien la más pura forma de la Mafia que observamos en la feudal Sicilia, posee una moral propia de hierro. Ningún mafioso se considera a sí mismo un criminal. La Mafia ha sido siempre enemiga del crimen caprichoso, y, por esta razón, en cierta medida, fue aliada de la Policía tanto en Sicilia como en Estados Unidos. La organización exige de sus miembros una obediencia ciega, pero a cambio los defenderá con todas sus fuerzas, y en tierra extraña extiende su poderosa protección a todos los inmigrantes de origen siciliano. Puede mirarse como una forma de sociedad humana primitiva que ha logrado sobrevivir en el moderno mundo occidental. Sus crueles leyes son similares a las de los miembros de ciertas tribus, expuestos a un peligro constante al que sólo pueden escapar sometiéndose a la disciplina de terribles cabecillas. El capo-mafia se considera a sí mismo un legislador, que se preocupa por el bienestar de su pueblo, y se enorgullece supervisando muy de cerca los adelantos de los nuevos adeptos a la organización, con una diligencia y dedicación propias del maestro de novicios de una orden religiosa. A sus propios ojos nunca roba a la comunidad, aunque no tiene reparos en utilizar su poder sobre los hombres para enriquecerse personalmente. A los delincuentes les reserva solamente un castigo, por lo general tras una advertencia: la muerte. Se siente justificado a sus propios ojos y lleno de justificaciones que ofrecer a los demás. Oigamos a Nick Gentile, un capo-mafia americano, analizar las razones morales para eliminar a un joven criminal incontrolable: “No había nada que hacer con él, por eso teníamos que quitarle de en medio. Embalsamamos el cadáver y lo enviamos a su familia de Sicilia. Los suyos eran pobres –nunca tuvieron nada-, de modo que le pusimos un anillo de diamantes en un dedo, para que lo vieran en cuanto abrieran el féretro. Creo que hicimos bien. Pensamos que, de no haberlo hecho, habría terminado en la silla o en una cámara de gas. Si esto hubiera ocurrido, su familia no habría podido tener su cuerpo”
Fuente: La virtuosa compañía (La Mafia). Norman Lewis. Editorial Seix Barral. Barcelona. 1969.