La mayor parte de los mortales, Paulino, se queja de la malevolencia de la naturaleza porque nos engendra para un período escaso, y ese tiempo concedido se nos pasa tan rápido y veloz que, exceptuando a muy pocos, al resto le abandona la vida durante los propios preparativos de la vida. De esa desgracia tenida por común no sólo se queja la gente y el vulgo ignorante; también su sentimiento ha suscitado las lamentaciones de los hombres esclarecidos. De ahí esa exclamación del mayor de los médicos: “La vida es breve y el arte larga”. De ahí el litigio, impropio de un hombre sabio, del exigente Aristóteles contra la naturaleza: “Por ser tan concesiva en la edad de los animales, que les asigna hasta cinco o diez generaciones, y al hombre, nacido para tantas y tan grandes cosas, le señala un término mucho más corto”. No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho. La vida es lo bastante larga y, si toda ella se invierte bien, se concede con la amplitud necesaria para la consecución de la mayor parte de las cosas. Pero si transcurre entre exceso y negligencia, y no se emplea en nada bueno, sólo cuando nos oprime la última hora sentimos que se va lo que no comprendimos que pasaba. Lo que significa que no recibimos una vida breve, sino que la abreviamos; y que no somos indigentes de vida, sino derrochadores. Así como riquezas abundantes y propias de un rey, si caen en mal dueño, al momento se disipan, y una fortuna módica, si la lleva un buen gestor, crece al usarla, así nuestro tiempo de vida rinde mucho a quien lo administra bien.
Fuente: Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad. Lucio Anneo Séneca. Quaderns Crema. Barcelona. 2013.