La mayoría de nosotros asistió al colegio hace veinte años o más, donde nos enseñaron que el cerebro no cambia...
La mayoría de nosotros asistió al colegio hace veinte años o más, donde nos enseñaron que el cerebro no cambia, lo que significa que nacemos con determinadas conexiones nerviosas que predicen nuestras predisposiciones, rasgos y hábitos, heredados de nuestros padres. Por aquel entonces, la ciencia imperante consideraba que el cerebro es un órgano invariable y que nuestra programación genética nos deja pocas opciones y casi ningún control sobre nuestro destino. Sin duda, todos los humanos tenemos ciertas partes de nuestro cerebro que están estructuradas de la misma forma, por lo que todos compartimos la misma estructura física y las mismas funciones.
No obstante, las investigaciones comienzan a constatar que el cerebro no es tan inmutable como se creía. Ahora sabemos que cualquiera de nosotros, a cualquier edad, puede adquirir un nuevo conocimiento, procesarlo en el cerebro y formular nuevos pensamientos, y que este proceso dejará nuevas huellas en la masa encefálica; es decir, que se desarrollarán nuevas conexiones sinápticas. En eso consiste el aprendizaje.
Además de los conocimientos, el cerebro también puede almacenar nuevas experiencias. Cuando probamos algo, nuestros nervios sensoriales transmiten enormes cantidades de información al cerebro acerca de lo que estamos viendo, oliendo, saboreando, oyendo y sintiendo.
En respuesta, las neuronas cerebrales se organizan en redes de conexiones que reflejan la experiencia. Estas neuronas también liberan sustancias químicas que activan sensaciones determinadas. Cada nueva experiencia provoca un sentimiento, y nuestros sentimientos nos ayudan a recordar una experiencia. El proceso de formación de recuerdos es lo que sustenta a esas nuevas conexiones neurales a más largo plazo. La memoria, pues, no es más que un proceso de mantenimiento de nuevas conexiones sinápticas que se formaron mediante el aprendizaje.
La ciencia está investigando cómo los pensamientos repetitivos refuerzan estas conexiones neurológicas y cómo afectan a la manera en que funciona nuestro cerebro. Además de lo que ya hemos abordado en cuanto al ensayo mental, hay otros intrigantes estudios que han puesto de manifiesto que el proceso mental de ensayo (pensar una y otra vez en hacer algo sin la implicación física del cuerpo) no sólo genera cambios en el cerebro, sino que también puede modificar el cuerpo. Por ejemplo, cuando los sujetos puestos a prueba se visualizaban a sí mismos levantando un peso con un dedo en particular durante cierto período de tiempo, el dedo en cuestión se hacía más fuerte.
En contra de lo que postula el mito del cerebro inmutable, ahora sabemos que el cerebro cambia en respuesta a cada experiencia, a cada nuevo pensamiento y a cada cosa nueva que aprendemos. Esto es lo que se denomina plasticidad. Los investigadores están recopilando evidencias de que el cerebro posee la capacidad de moldearse y adaptarse a cualquier edad. Cuanto más estudiaba los nuevos descubrimientos sobre la plasticidad cerebral, más fascinado me sentía, ya que descubrí que ciertas informaciones y habilidades parecen ser el ingrediente crucial para cambiar de manera selectiva el cerebro.
Fuente: Desarrolla tu cerebro. Joe Dispenza. La Esfera de los Libros. Madrid.2008.
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