La persona que responde con creatividad ha aprendido a no identificarse con la presión del tiempo; la ha trascendido, al menos en parte, a diferencia de quien se siente constreñido por el estrés...

La persona que responde con creatividad ha aprendido a no identificarse con la presión del tiempo; la ha trascendido, al menos en parte, a diferencia de quien se siente constreñido por el estrés. Para ésta la identificación con el tiempo se ha tornado abrumadora: no puede escapar del tictac del reloj interno; su cuerpo no puede sino reflejar su estado anímico. De varias maneras sutiles, nuestras células se ajustan constantemente a nuestra percepción del tiempo; un biólogo diría que hemos encadenado, o trabado en secuencia, una serie de procesos que abarcan millones de acontecimientos relacionados con la mente y el cuerpo.

Es importantísimo comprender que se puede llegar a un estado donde se puedan realinear los procesos ligados con el tiempo. Lo demuestra una simple analogía: observa tu cuerpo físico como si fuera un registro de señales intercambiadas entre tu cerebro y todas las células. El sistema nervioso, que establece las clases de mensajes enviados, funciona como software del cuerpo; la miríada de diferentes hormonas, neurotransmisores y otras moléculas mensajeras son la información que se procesa mediante el software . Todo esto constituye la programación visible de tu cuerpo. Pero ¿dónde está el programador? No es visible, pero debe de existir. A cada segundo se toman miles de decisiones en el sistema mente-cuerpo, incontables elecciones que permiten a tu fisiología adaptarse a las exigencias de la vida.

Si estando en la India veo una cobra en el sendero y salto hacia atrás atemorizado, se puede ver el aparato visible que controla este acontecimiento en las reacciones musculares que exhibo, activadas por señales químicas de mi sistema nervioso. Mi ritmo cardíaco acelerado y mi respiración agitada son otras señales visibles de que se ha puesto en acción la hormona adrenalina, segregada por la corteza suprarrenal como reacción ante un elemento químico cerebral específico (ACTH) enviado por la pituitaria. Si un bioquímico pudiera rastrear cada una de las moléculas involucradas en mi reacción de temor, aun así pasaría por alto al invisible tomador de decisiones que decidió tener la reacción, pues, si bien reaccioné en una fracción de segundo, mi cuerpo no saltó hacia atrás de manera estúpida. Una persona con una programación muy diferente presentaría reacciones muy diferentes. Un coleccionista de serpientes podría inclinarse hacia delante con interés; un devoto hindú, al reconocer una forma de Shiva, podría arrodillarse con religioso respeto.

El hecho es que cualquier reacción habría sido posible: pánico, ira, histeria, parálisis, apatía, curiosidad, deleite, etcétera. El programador invisible es ilimitado en cuanto a su modos de programar el aparato visible del cuerpo. En el momento en que tropecé con la serpiente, todos los procesos básicos de mi fisiología (respiración, digestión, metabolismo, eliminación, percepción y pensamiento) dependían del significado que tuviera una cobra para mí personalmente. Hay verdad en el dicho de Aldous Huxley: “La experiencia no es lo que te ocurre; es lo que haces con lo que te ocurre”.

 

Fuente: Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo. Deepak Chopra. Suma de Letras. Madrid. 2001.

 

« volver