La primera hazaña intelectual de Frege, la creación de la lógica moderna, se inscribía en el contexto de la preocupación por una lengua universal perfecta...
La primera hazaña intelectual de Frege, la creación de la lógica moderna, se inscribía en el contexto de la preocupación por una lengua universal perfecta, que culminó en la época de la que nos ocupamos, y que pasamos a reseñar brevemente.
Desde el Génesis, que considera la diversidad de las lenguas como un castigo divino que impide la cooperación entre los hombres, hasta Voltaire, que la califica como “una de las mayores plagas que asolan a la humanidad”, muchos han lamentado la inmensa barrera que para la intercomunicación humana supone la multiplicidad de las lenguas.
Si el vulgo espeso y municipal estaba condenado a no traspasar nunca el agujero de su propia etnicidad, al menos la comunidad occidental de los sabios y eruditos tenía su propio instrumento de comunicación universal: el latín. Durante la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco, el latín era la
lingua franca de las universidades, del derecho, de la teología, la ciencia y la filosofía. Desde Tomás de Aquino hasta Spinoza, y desde Vesalio hasta Newton, casi todos los textos se escribían en latín y todas las clases se daban en latín. Todavía en el siglo XIX el gran matemático Gauss escribía sus obras en latín, y en latín se presentaban la mayoría de las tesis doctorales en Alemania y Francia. Pero el latín era una lengua complicada y difícil, demasiado llena de idiosincrasias e irregularidades como para permitir su uso generalizado como lengua moderna auxiliar. Por eso, los que pretendían resucitarla para este nuevo rol proponían simplificarla y regularizarla drásticamente. Entre estas propuestas destaca el
Latino sine flexione del lógico Peano, del que tendremos ocasión de hablar más adelante.
Los filósofos del siglo XVII, buenos conocedores del latín, eran conscientes de que esa lengua, además de ser difícil, presentaba todo tipo de defectos y ambigüedades, como cualquier otra lengua natural, defectos que solo podrían ser superados con la construcción de una “lengua filosófica” artificial.
Descartes había concebido dos posibles lenguas universales. Una lengua universal utilitaria y práctica, con una gramática simple y completamente regular, tal que “los espíritus vulgares” aprenderían a usarla (con ayuda de un diccionario) “en menos de seis horas”. Y una lengua filosófica, “una lengua universal muy fácil de aprender, de pronunciar y de escribir... y que ayudaría al pensamiento, representándole tan distintamente todas las cosas que casi resultaría imposible equivocarse; a diferencia de las palabras que ahora tenemos, que casi no tienen más que significados confusos, a los cuales el espíritu de los hombres se ha acostumbrado desde hace tiempo, lo cual es la causa de que no se entienda casi nada perfectamente. Yo considero que esta lengua es posible..., y por su medio los campesinos podrían juzgar de la verdad de las cosas mejor de lo que hacen ahora los filósofos”.
Fuente: Los lógicos. Jesús Mosterín. Espasa Calpe. Madrid. 2007
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