La principal justificación ofrecida por los medios de información acerca de su bajo nivel intelectual es que a la audiencia no le importa...
La principal justificación ofrecida por los medios de información acerca de su bajo nivel intelectual es que a la audiencia no le importa. Como escritor he tenido ocasión de aparecer en entrevistas de radio y televisión. Las personas que he conocido y que trabajan en los medios suelen ser invariablemente más inteligentes de lo que permiten que crea su audiencia. En pantalla o en las páginas de las publicaciones rebajan su nivel, por temor a sobrecargarnos. La demografía les dice que preferimos revolcarnos en la zona ficticia. Ya a mediados de la década de 1970, Paddy Chayevsky predijo en su película
Network que los medios de información no tardarían en convertirse en una ceremonia de la confusión en la que las noticias se inventarían y representarían, programarían y exagerarían, y los periodistas serían sustituidos por payasos y actores. A la audiencia se le daría lo que quería. Las noticias siempre conseguirían los máximos índices de cuota de pantalla. Hay otra película,
La cortina de humo , de David Mamet, que es un mordaz comentario sobre cómo se ha desarrollado la predicción de Chayevsky. En la película, Mamet imagina que un acosado presidente distrae la atención del público de su mala conducta sexual contratando a un productor hollywoodense para que escenifique una guerra en televisión. La treta funciona. El público acepta la guerra como un suceso real. Mientras tanto, el principal asesor que aparece en la película no deja de repetir: “Debe ser verdad. Lo he visto en televisión”. Cuando se estrenó la película, el presidente Clinton acababa de ordenar incursiones aéreas en los Balcanes, tal vez con la esperanza de alejar la atención del público del escándalo sexual que se estaba cocinando en la Casa Blanca. La vida imitando al arte.
¿Tienen razón quienes controlan los medios de información? Tal vez sea cierto que la gente prefiera lo superficial y las frases con gancho, las simulaciones y las celebridades. Me suelo preguntar si hay algo en los medios electrónicos que momifique la mente. En una ocasión en que aparecí en una breve entrevista en el programa
Today , una importante producción televisiva, me ví a mí mismo mirando una especie de anfiteatro tras las cámaras donde a diario aparecen unos cuantos cientos de personas para animar, ponerse sombreros absurdos y sostener pancartas divertidas. Dando lo mejor de sí mismas para ser graciosas, esperan que sus rostros aparezcan frente a la cámara itinerante durante ese microsegundo antes de la pausa publicitaria. Están poseídas de un inmenso deseo por compartir unas migajas de visibilidad entre las celebridades. “Méteme más –parecen estar diciendo-, más dentro de la zona ficticia.”
Llevada al extremo, esta sensacional cobertura se funde con la “televisión realista”
(reality televisión) , que ahora es la forma de programación con más éxito en Estados Unidos. La inspiración original de los “programas realistas”
(reality shows) proviene de Europa: son programas repletos de aficionados reclutados por su aspecto o a causa de su extravagancia general, cuyas bufonadas espontáneas pueden ser escuchadas y presenciadas por el público casi a escondidas, ya que todo lo que hacen y dicen es grabado y presentado al público. Los programas de ese tipo prometen a la audiencia la posibilidad de espiar las actividades más íntimas o estúpidas de la gente. El gran atractivo de esos programas parece ser la posibilidad de poder observar a jóvenes manteniendo relaciones sexuales. Ya resulta bastante penoso que eso haya sustituido al entretenimiento decente, pero todavía es peor que haya acabado desdibujando el significado de la “realidad”. La mayoría de esos programas están muy editados, y los papeles cuidadosamente asignados. Su espontaneidad es fraudulenta, y su candor, inventado. Y, por extraño que parezca, la audiencia está al tanto de todo ello, pero pretende tragarse el engaño. De nuevo uno se pregunta quién está engañando a quién. En u
Fuente: Alerta mundo. Theodore Roszak. Editorial Kairós. Barcelona. 2004.
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