La región del cerebro que experimentó el crecimiento más explosivo en los seres humanos...

La región del cerebro que experimentó el crecimiento más explosivo en los seres humanos fue, naturalmente, el neocórtex, hogar de la elección y la planificación. El neocórtex ampliado condujo al esplendor del pensamiento superior; pero hay que subrayar que la evolución del neocórtex se produjo conjuntamente con la de un tracto corticoespinal, que es el haz de fibras nerviosas que controlan la musculatura del cuerpo. Y el mayor tamaño del neocórtex y de los nervios con él relacionados permitieron un tipo nuevo y revolucionario de movimiento: el control voluntario de los músculos y el aprendizaje de nuevas conductas. El neocórtex nos dio en realidad la lectura, la escritura, la filosofía y las matemáticas, pero antes nos dio la capacidad de aprender movimientos que nunca habíamos realizado, como producir herramientas, arrojar una flecha o montar a caballo.

Sin embargo, también hubo otra región del cerebro que creció en realidad más que el neocórtex y contribuyó a hacer posibles nuestras proezas físicas: el cerebelo. El cerebelo ocupa la parte más baja de la protuberancia que sobresale en la parte posterior de la cabeza. Acumula los recuerdos de cómo se hacen cosas tales como andar en bicicleta o tocar la flauta, así como programas para movimientos rápidos y automáticos. Pero el cerebelo es una parte extraña del cerebro, porque parece añadida, casi como si se tratara de otro pequeño cerebro independiente. Y en cierto modo lo es, porque el cerebelo actúa como un sistema operativo para el resto del sistema nervioso. Realiza operaciones neurales con mayor rapidez y mayor eficiencia, de modo que su contribución al cerebro se parece mucho a la de un chip extra de RAM agregado a una computadora. Donde el cerebelo desempeña de modo más notable este papel es en los circuitos motores de nuestro sistema nervioso, pues coordina las acciones físicas, les da precisión e instantaneidad. Cuando el cerebelo no funciona bien, que es lo que ocurre cuando estamos borrachos, por ejemplo, aún podemos movernos, pero nuestras acciones se vuelven más lentas y descoordinadas. Lo curioso es que el cerebelo organice la ejecución del propio neocórtex. De hecho, hay pruebas arqueológicas que indican que los humanos modernos pudieron haber tenido en realidad un neocórtex más pequeño que el de los neandertales con aspecto de troles; pero teníamos en cambio un cerebelo más grande y eso fue lo que nos proveyó de un sistema operativo más eficiente y, en consecuencia, de mayor poder cerebral.

El cerebro expandido condujo a nuestros logros artísticos y deportivos sin paragón. También contribuyó a la pericia a la que nos entregamos confiados cuando nos ponemos en manos de un cirujano. Hoy, en que cuerpo y cerebro están íntimamente unidos, cuando aplicamos nuestra formidable inteligencia a la acción física producimos movimientos que no se parecen a nada que se haya visto jamás en la Tierra. Se trata de una forma de excelencia exclusivamente humana y merece un reconocimiento tan admirativo como las obras de filosofía, literatura y ciencia que ocupan nuestros panteones.

 

Fuente: La biología de la toma de riesgos. John Coates. Editorial Anagrama. Barcelona.2013.

 

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