La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue el resultado de los intentos de Alemania por liberarse de las restricciones que se le habían impuesto después de la derrota sufrida veinte años antes...
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue el resultado de los intentos de Alemania por liberarse de las restricciones que se le habían impuesto después de la derrota sufrida veinte años antes. Si con la guerra tan sólo se hubiera pretendido cumplir ese objetivo, y si el director de la empresa bélica hubiera sido más razonable, tal vez se habría alcanzado el éxito, quizá incluso sin que fuera necesaria la guerra: un sector influyente de la élite imperial británica tenía un vivo deseo de que se estableciera una alianza anglo-germana. Pero los señores del capitalismo alemán, temerosos del enemigo comunista de su propio país, confiaron la dirección del Estado a los dementes líderes del fascismo alemán. Y así se hizo imposible crear un eje Londres-Berlín. Londres estaba interesado en establecer ese pacto por dos motivos: para proteger el continente del bolchevismo y para mantener a raya a los Estados Unidos. El “antiamericanismo” que en aquel entonces caracterizaba a la clase gobernante británica no debe subestimarse.
Estados Unidos estaba al tanto de estas maquinaciones. Retrasó el momento de incorporarse a la contienda y, además, esperaba una rápida victoria alemana. Antes de que Estados Unidos entrase en guerra, la opinión liberal estadounidense estaba totalmente en contra del imperialismo británico, y esto encolerizaba a los liberales británicos. El
New Republic publicó un monográfico dedicado al antiimperialismo, donde se subrayaba la equivalencia moral entre los japoneses y los ingleses que merodeaban por China, y cuyo editorial dejaba bien sentado que el imperialismo británico les merecía el mismo desprecio que el fascismo alemán, ya que ambos regímenes eran infames. Indignado por esta actitud, el distinguido economista liberal John Maynard Keynes dejó de colaborar con el rotativo en cuestión. Por lo visto, el universalismo liberal no es aplicable al comportamiento de las potencias imperialistas.
En la primera etapa de la contienda, el presidente Franklin Roosevelt tuvo el amable gesto de pedirle a Churchill que, si Alemania se alzaba con una previsible victoria, la flota británica se apresurase a retirarse a las costas más seguras del otro lado del Atlántico. Algún tiempo después, al observar que Gran Bretaña había sobrevivido a los ataques nazis y, lo que era más importante, que la Unión Soviética también resistía, Roosevelt consiguió manipular una serie de disputas con Japón para provocar un conflicto que impulsó a Estados Unidos a entrar en guerra.
Estados Unidos salió económicamente victorioso de ambas guerras mundiales. Sus principales competidores se debilitaron: Alemania quedó dividida, Japón fue ocupado, el Imperio británico vivía sus últimos días. Por el contrario, la economía estadounidense prosperó como nunca gracias a su inmensa riqueza en materias primas, al equilibrio establecido entre la industria y la agricultura, a una geografía y una demografía que le permitían practicar economías a escala basadas en cadenas de producción en masa, y todo ello en el ámbito de un continente inviolable.
Fuente: El choque de los fundamentalismos. Tariq Ali. Alianza Editorial. Madrid. 2005.
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