La sociedad, la comunidad y la familia son, todas ellas, instituciones conservadoras; tratan de mantener la estabilidad y de impedir, o por lo menos retardar, el cambio...
La sociedad, la comunidad y la familia son, todas ellas, instituciones conservadoras; tratan de mantener la estabilidad y de impedir, o por lo menos retardar, el cambio. Pero la organización moderna es desestabilizadora; tiene que estar organizada para la innovación, y la innovación, como decía el gran economista austro-estadounidense Joseph Schumpeter, es “destrucción creativa”. Y tiene que estar organizada para el abandono sistemático de todo lo establecido, lo acostumbrado, lo familiar y cómodo, tanto si se trata de un producto, de un servicio o un sistema, de un conjunto de conocimientos, de las relaciones humanas y sociales o de la organización misma. En pocas palabras, tiene que estar organizada para el cambio constante. La función de la organización es hacer que el saber trabaje; en las herramientas, productos y sistemas, en el diseño del trabajo y en el saber mismo. Por su propia naturaleza, el saber cambia rápidamente y las certezas de hoy siempre se convierten en los absurdos del mañana.
Los oficios, a diferencia del saber, cambian lentamente y con escasa frecuencia. Si un cantero de la antigua Grecia volviera a la vida hoy y fuera a trabajar a un taller de cantería, el único cambio de importancia que encontraría sería el dibujo que le pedirían que tallara en las lápidas. Las herramientas que utilizaría serían las mismas, sólo que ahora llevarían pilas eléctricas en el mango. A lo largo de la historia, el artesano de dieciocho o diecinueve años que después de cinco, seis o siete años, había adquirido un oficio, sabía todo lo que iba a necesitar o utilizar durante el resto de su vida. Por el contrario, en la sociedad de las organizaciones es sensato dar por supuesto que quienquiera que tenga algún tipo de conocimientos tendrá que ponerlos al día cada cuatro o cinco años si no quiere quedar desfasado.
Esto es doblemente importante porque los cambios que afectan más profundamente a un conjunto de conocimientos no surgen, por regla general, en su propio campo. Después de que Guttenberg utilizara la primera imprenta de tipos móviles, no hubo prácticamente cambio alguno en el arte de la impresión hasta 400 años más tarde, cuando apareció la máquina a vapor. El mayor peligro para los ferrocarriles no lo provocaron los cambios sufridos por el mismo ferrocarril, sino la aparición del coche, el camión y el avión. La industria farmacéutica está sufriendo hoy una profunda transformación debida a los conocimientos procedentes de los campos de la genética y la microbiología, disciplinas de las que pocos biólogos habían oído hablar hace sólo 40 años.
No son sólo la ciencia o la tecnología las que crean nuevo saber y hacen que el antiguo quede desfasado. Las innovaciones sociales son igualmente importantes, a menudo más importantes que las científicas. Es más, lo que desató la actual crisis mundial de la más orgullosa de las instituciones del siglo XIX, el banco de comercio, no fue el ordenador ni cualquier otro cambio tecnológico; fue el descubrimiento, hecho por personas ajenas a la banca, de que un antiguo, pero hasta entonces bastante desconocido instrumento financiero, el efecto comercial, podía ser utilizado para financiar a las empresas, privando así a los bancos de un negocio sobre el que habían tenido el monopolio durante 200 años y que les proporcionaba la mayor parte de sus ingresos: el préstamo comercial. Probablemente, el mayor cambio de todos ha sido que, en los últimos cuarenta años, la innovación con un propósito determinado –sea técnico o social- se ha convertido en una disciplina organizada que puede enseñarse y aprenderse.
Fuente: Sobre la profesión del management. Peter F. Drucker. Ediciones Apóstrofe. Barcelona. 1999.
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