La supuesta superioridad que desde su punto de vista tiene la estética de la ficción sobre los tratados factuales no explicaría por qué el grupo de intelectuales desengañados conocidos como los Nuevos Filósofos necesitaba a Solzhenitsin en aquel momento preciso, por qué unas personas que hasta entonces apenas habían prestado atención alguna al totalitarismo sentían aquella urgencia por denunciarlo. Al fin y al cabo, la traducción y publicación de Archipiélago Gulag a otros idiomas y en otros contextos –Estados Unidos, Alemania, Italia- no había desatado unas repercusiones e impacto mediático en absoluto similares a lo ocurrido en Francia. La respuesta, como ya he indicado, se encuentra en la necesidad de acabar con la memoria de Mayo y reducir todos aquellos análisis y acciones a la expresión de un inmenso engaño colectivo que quedaba relegado de forma definitiva a un pasado remoto.
La casual “concordancia” entre la retórica urgente de los Nuevos Filósofos, la presentación que de ellos mismos hacían como personalidades disidentes con un toque romántico a lo “beau tenebreux” (“guapo y oscuro”) y las exigencias mediáticas de condensación y espectacularización no pasaron inadvertidas en el momento: en el París de mediados de los setenta se decía en broma que el único criterio para formar parte de los Nuevos Filósofos era salir guapo por televisión. La eufórica exposición mediática de las primeras declaraciones de los Nuevos Filosófos –que a su vez estaban cada vez más instalados en la dirección de medios de comunicación- solía reformular cualquier crítica de su discurso y recuperarlo en el “juicio espectacular del marxismo por los intelectuales” que organizaron en los setenta. De esta forma, los autores de Contre la nouvelle philosophie, que cometieron el error de refutar a los Nuevos Filósofos desde la perspectiva de las ideas, se encontraron de inmediato integrados en su espectáculo al aparecer como invitados en un debate de Apostrophes (programa de la televisión francesa donde se inició la carrera de tantos “Intelectuales mediáticos” y que comenzó a emitirse en enero de 1975), con lo que contribuyeron a que la Nueva Filosofía adquiriera una especie de sustancia o legitimidad como escuela de pensamiento. Gilles Deleuze, que aceptó el combate con reticencias, afirmó que el ideario de los Nuevos Filósofos era, en una palabra, “nulo”, vacío de contenidos y simplón, pues se basaba en un sistema binario burdo y carente de sentido (Ley/Rebelión, Poder/Disidencia, Bien/Mal) desde el cual todo debate era imposible. El contenido, señalaba Deleuze, era lo de menos; no era eso lo fundamental. El único objeto de su discurso era la afirmación de un sujeto del enunciado megalómano y engreído, el famoso “nosotros” desengañado, ese sujeto colectivo que se levantaba en primer lugar sobre el rechazo de Mayo del 68.
Fuente: Mayo del 68 y sus vidas posteriores. Kristin Ross. Ediciones Acuarela. Madrid.2008.