La verdadera igualdad no implica tratar del mismo modo a todo el mundo...(Terry Eagleton)

La verdadera igualdad no implica tratar del mismo modo a todo el mundo, sino ocuparse por igual de las necesidades diferentes de todos y todas. Y ese es el tipo de sociedad que Marx ambicionaba. No todas las necesidades humanas son acordes o proporcionales entre sí. No las podemos juzgar por el mismo rasero. Todos debemos tener el mismo derecho a nuestra realización personal, según Marx y a participar activamente en la conformación de la vida social. Las barreras de la desigualdad se romperían en ese sentido. Pero el resultado de semejante ruptura consistiría, en la medida de lo posible, en dejar que cada persona florezca como el individuo singular y único que es. En última instancia, para Marx la igualdad existe por el bien de la diferencia. El socialismo no pretende que todo el mundo lleve el mismo mono de trabajo. De hecho, es el capitalismo de consumo el que engalana a sus ciudadanos y ciudadanas con uniformes llamados chándales y zapatillas deportivas.

Conforme a la perspectiva de Marx, pues, el socialismo constituiría un orden mucho más pluralista que el que tenemos actualmente. En la sociedad de clases, el desarrollo personal libre de la minoría se compra a costa del encadenamiento de la mayoría, que luego acaba compartiendo buena parte de ese mismo relato monótono. El comunismo –precisamente porque animaría a todas las personas a desarrollar sus talentos individuales- sería mucho más difuso, diverso e impredecible. Se parecería más a una novela vanguardista del más puro modernismo anglosajón que a una del realismo. Quienes critican a Marx tal vez se burlen de esto tachándolo de mersa fantasía. Pero, entonces, no pueden quejarse por otro lado diciendo que el orden social preferido por Marx se parece mucho al de la novela 1984 de George Orwell.

La era moderna está aquejada por una virulenta forma de utopismo, pero no se llama marxismo. Se trata de la creencia delirante en que un único sistema global conocido como libre mercado puede imponerse en las más diversas culturas y economías curando todos sus males. Los proveedores de esta fantasía totalitaria no se ocultan con rostro desfigurado y voz siniestramente suave en búnkeres subterráneos como los malos de James Bond. Se les puede ver cenando en un restaurante de alta categoría de Washington o paseándose por lujosas fincas de Sussex.

 

Fuente: Por qué Marx tenía razón. Terry Eagleton. Ediciones Península. Barcelona. 2011.

 

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