Las antiguas comunidades y el sistema económico de reciprocidad...
Las antiguas comunidades y el sistema económico de reciprocidad.
Tenemos, todos, el mito del “buen salvaje”. La dura sociedad actual nos hace añorar la vida natural e igualitaria de los primitivos, y hasta las mismas películas del Oeste se han ido transformando: los “buenos” han pasado a ser los indios, salvajemente exterminados por la “civilización”. Todo mito tiene una base real, y desde luego muchas cosas tendríamos que aprender de aquellos a quienes exterminamos, pero también es importante tener en cuenta que las cosas no eran, ni mucho menos sólo bonitas: mortalidad, enfermedades, y también desigualdad. Se ha hablado, para caracterizar las primeras formas de vida social, para definir el primer modo de explotación, de COMUNISMO PRIMITIVO. El término es adecuado si tenemos en cuenta sus dos componentes, no sólo el primero, y aún parcialmente, como veremos. Podemos hablar realmente de comunismo en la medida en que se trata de “comunidades”, sin división interna en clases, sin apenas división técnica del trabajo y aún sin división social en la actividad económica. El modo de producción de los bienes materiales es básicamente igualitario, toda la comunidad participa de la producción y el producto es distribuido entre todos. El enfoque que habla de sistemas económicos nos dice que las decisiones de qué, cómo y para quién se produce se toman mediante el SISTEMA DE RECIPROCIDAD: lo que el conjunto necesita y puede producir, entre todos y para todos, intercambiando los bienes según determinadas reglas socialmente aceptadas.
Pero la producción, hemos visto que es también producción de relaciones sociales, y a este nivel la igualdad desaparece. La base de la comunidad es la reproducción de la especie, y por tanto los lazos de sangre, la familia, la estructura de parentesco. Que no es, desde luego, igualitaria. Es la mujer quien realiza la reproducción, y así la mujer en edad de reproducir se va a convertir en el primer bien del cual apropiarse. La explotación de la mujer por el hombre es la más antigua forma de explotación conocida. No es ésta, por otra parte, la única desigualdad: de diferente manera según las distintas formaciones sociales (según van evolucionando las comunidades), pero en casi todas el “mayor” cumple una función social específica. El movimiento feminista nos ha aportado el concepto de SOCIEDAD PATRIARCAL. Es posiblemente la mejor expresión de la dependencia primitiva respecto a las diferencias biológicas (que se hacen sociales), haciendo así imposible una sociedad realmente comunista.
De aquí la transformación de la creciente división técnica del trabajo en división social. Además de la división hombre-mujer, las primeras divisiones técnicas (ligadas en gran parte a la experiencia y, por tanto, privilegio de los mayores) son la aparición del
jefe de caza (el primer profesional, por decirlo así), el
jefe de guerra (el primer militar) y el
brujo (el primer sacerdote y científico al mismo tiempo). Al principio estos cargos podían variar, principalmente los dos primeros (el brujo pronto se guardó sus secretos), dirigiendo la expedición de caza o conquista el más capacitado en cada momento; pero, en la medida en que éste va siendo cada vez el mismo y manda siempre sobre los demás, pronto la división técnica se va a convertir en social, y los jefes van a formar un grupo aparte, con su corte de parientes y amigos. El hecho de controlar (por edad primero y luego por habilidad, muchas veces como medio de emanciparse del “mayor”) las armas y el saber permite una primera apropiación del excedente (por ejemplo, quedarse la mejor parte de la caza, o el mantener al brujo, que está ocupado con sus experimentos y no caza directamente), excedente que va a permitir determinados “regalos” con que diferenciar a los parientes o amigos, los cuales estarán, así, interesados en mantener el “poder” del jefe (es la primera burocracia y la aparición del poder político como tal
Fuente: Catorce temas para entender la economía. Raúl García-Durán. Universitat Autònoma de Barcelona. Bellaterra. 2005.
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