Las mujeres de las clases más bajas han trabajado siempre, como criadas, obreras de fábrica o costureras, o como sirvientas en su propio hogar...

Las mujeres de las clases más bajas han trabajado siempre, como criadas, obreras de fábrica o costureras, o como sirvientas en su propio hogar, y cabría esperar que el mito de la clase media no subyugara su pensamiento con igual fuerza. No obstante, la triste realidad es que la mayoría de las familias de clase obrera siguen un patrón de “progreso social” y de “mejora personal” que las conduce a incorporarse a las filas de la clase media. En muchos casos, el trabajo de la mujer se considera como una medida transitoria, una contribución para comprar o amueblar la casa, y el marido omnipotente aguarda anhelante el día en que ella podrá quedarse en casa y dedicarse a tener hijos. Aunque en realidad no esté a su alcance, ambos opinan que mamá debe quedarse en casa y hacer de ella un lugar agradable para papá y las criaturas. En algún caso extremo, el marido incluso puede rechazar la visión de su esposa arrodillada fregando el suelo como una afrenta contra su romanticismo masculino. Con demasiada frecuencia, el trabajo de su mujer sólo le permite adquirir la propiedad o pagar la hipoteca necesarias para ser admitido definitivamente en las filas de la clase media, mientras en el trasfondo permanece acechante el mito, bien asentado e impertérrito.

La boda constituye la ceremonia principal de la mitología de la clase media y marca el acceso oficial de los esposos a su estatus de clase media. Ésta es la verdadera finalidad con la que han estado “ahorrando para casarse”. La joven pareja se esfuerza por crear la imagen de una vida confortable, que tendrán que mantener durante todos los años venideros. Las decisiones sobre el coste de la celebración serán probablemente menos importantes que la elección de la tienda con la cual concertarán la lista de boda. Cuanto mayores sean las pretensiones de clase de las familias, mayor será el tributo que podrán obtener en forma de regalos en las fiestas de despedida de solteros y otros festejos organizados con este fin. Una lista en la tienda más cara de la ciudad sitúa a la pareja y a sus respectivas familias en el grupo de consumo de nivel superior. El resultado es un gran negocio y la satisfacción mutua. Harrods le asegura a la novia que sólo tendrá que encargarse de “buscar al novio; nosotros hacemos todo lo demás”. Algunas tiendas bombardean a las jóvenes cuyo compromiso se anunció en los periódicos con propuestas para hacerse cargo de su lista de boda. Cierta tienda de Londres factura más de dos o tres millones de libras anuales por este concepto, sobre todo gracias a la manipulación de la madre de la novia. Las tiendas más caras esperan un volumen de ventas de unas quinientas libras esterlinas (de 1970) por lista, aun cuando la más cara de todas se queja de que sólo la mitad de los invitados compran los regalos de boda en su establecimiento. El verdadero patrón ya queda establecido a través del papel de la novia como encargada de iniciar y controlar todo este consumo espectacular, igual que el vestido y las joyas de la novia y el atuendo de las invitadas darán la clave de la sintonía de todo el clan con los dictados de la moda, y del mismo modo que su amiga del alma habrá calibrado su éxito en la carrera matrimonial por el tamaño de la piedra que lucía cuando se anunció su compromiso. La imaginería de las películas, obras teatrales y libros dedicados al matrimonio, donde todas las casas son acogedoras y luminosas, todas las esposas delgadas y elegantes, y todos los maridos triunfadores, mantiene el elemento de alto consumo desde el principio hasta el fin.

 

Fuente: La mujer eunuco. Germaine Greer. Editorial Kairós. Barcelona. 2004.

 

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