Lo que acabó con Argentina no fue la paridad en sí misma sino las políticas del FMI...

Lo que acabó con Argentina no fue la paridad en sí misma sino las políticas del FMI. La paridad monetaria se entiende mejor como el clavo para carne en el que el FMI colgó las finanzas argentinas. Esto forzó al país a suplicar y pedir prestado un suministro regular de dólares con el que respaldar cada peso; ésta fue la razón fundamental que impulsó al FMI y al Banco Mundial a liberar en las pampas a sus Cuatro Jinetes de la política neoliberal. Según la descripción de Stiglitz, éstos son la liberalización de los mercados financieros, un gobierno reducido, la privatización en masa y el libre comercio.

“Liberalizar” los mercados financieros significa permitir que el capital circule libremente a través de las fronteras de un país, y, en efecto, tras la liberalización, el capital ha circulado con creces. Los aterrorizados argentinos ricos cambiaron sus pesos por dólares y enviaron la mayor parte a paraísos fiscales extranjeros. Sólo en junio de 2001, los argentinos retiraron el 6 por 100 de todos los depósitos bancarios, una pérdida de activos devastadora.

En el pasado, los bancos nacionales y provinciales de propiedad estatal de Argentina apagaban las deudas del país. Pero a mediados de la década de 1990, el gobierno de Carlos Menem los vendió a bancos extranjeros, como el Citibank de Nueva York y el Fleet Bank de Boston. Charles Calomiris, ex consejero del Banco Mundial, me dijo que estas privatizaciones bancarias eran “una historia realmente maravillosa”. ¿Maravillosa para quién? Siendo los bancos de propiedad extranjera reacios a devolver los depósitos de los ahorradores argentinos, el gobierno congeló las cuentas de ahorros y prácticamente se apoderó del dinero de los ciudadanos para pagar a los acreedores extranjeros.

Para mantener contentos a los acreedores, el Acuerdo también exigía “una reforma del sistema de participación de ingresos”. Esta es la manera más amable y considerada que el FMI tiene de decir que se pagaría a los bancos estadounidenses gracias al desvío de los ingresos tributarios que las provincias habían destinado a la educación y demás servicios públicos. El Acuerdo también consiguió dinero “reformando” la seguridad social del país.

Pero cuando el recortar, recortar y recortar no basta para pagar a los titulares de la deuda, uno siempre puede vender “las joyas de mi abuela”, según la descripción que el periodista Mario del Cavril hizo del plan de privatización de su país. Las multinacionales francesas se quedaron un enorme pedazo del sistema de suministro de agua y rápidamente elevaron los precios en algunas ciudades alrededor del 400 por 100. En su memorándum confidencial , el hombre del Banco Mundial, Wolfensohn, suspira: “Prácticamente todas las principales empresas públicas han sido privatizadas”, de modo que en realidad no queda nada por vender.

El golpe de gracia, la última bala contenida en el Acuerdo, era la imposición de una “política de comercio abierto”. Esto condujo a los exportadores argentinos (el precio de cuyos productos se establecía, gracias a la paridad, en dólares americanos) a una patética competencia con los productos brasileños, cuyos precios estaban fijados en una moneda devaluada. Estúúúúpido.

¿Han aprendido algo del Banco Mundial y el FMI tras el horror argentino? Aprenden como el cerdo aprende a cantar: no pueden, no quieren y, si lo intentaran, el ruido resultante sería insoportable. El 9 de enero, con la capital en llamas, Anne Krueger, subdirectora gerente del FMI ordenó al último de los presidentes provisionales argentino, Eduardo Duhalde, que recortara todavía más los gastos gubernamentales. (El presidente Bush apoyó el consejo de recorte presupuestario del FMI la misma semana en que pidió al Congreso la adopción de un plan de 50.000 millones de dólares para sacar a Estados Unidos de la recesión.)

En medio del desastre, el informe de Wolfensohn insistía en que el esquema del Banco Mundial y el FMI aún podía funcionar: todo lo que Argentina necesitaba hacer era “reducir el coste de producción”, paso que requería solamente una “fuerza de trabajo flexible”. Traducción: pensiones y salarios todavía más bajos, o ningún salario en absoluto. Pero, para consternación de la élite de Argentina, las abejas obreras demostraron ser inflexiblemente obstinadas en lo referente a aceptar su propio empobrecimiento.

 

Fuente: La mejor democracia que se puede comprar con dinero. Greg Palast. Editorial Crítica.Barcelona.2003.

 

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