Los chicos eran ridículos, fastidiosos, siempre peleaban, se exhibían y hacían ruido...

Los chicos eran ridículos, fastidiosos, siempre peleaban, se exhibían y hacían ruido, pero los hombres avanzaban decididamente hasta el centro de cualquier escenario y dominaban toda la superficie de cualquier escena. ¿Por qué ocurría eso? Mira comenzó a comprender que en el mundo había algo al revés. En casa, su madre era dominante; excepto el director, todas las autoridades de la escuela habían sido mujeres. Pero no ocurría lo mismo en el mundo exterior. Los artículos de los periódicos siempre se referían a los hombres, salvo alguno de vez en cuando, cuando una mujer moría asesinada; también aparecía Eleanor Roosevelt, pero todos se reían de ella. Sólo la página de recetas y patrones para vestidos iba dirigida a las mujeres. Cuando oía la radio, los programas sólo mencionaban a los hombres, o a muchachos como Jack Armstrong y ella los detestaba a todos y no comía los copos de trigo cuando su madre los compraba. Jack, Doc y Reggie hacían cosas interesantes y las mujeres siempre eran secretarias fieles, enamoradas de sus jefes, o hermosas herederas a las que era necesario rescatar. Todo se parecía a Perseo y Andrómeda o a la Cenicienta y el Príncipe. Naturalmente, también era cierto que en los periódicos aparecían fotografías de señoras en bañador que recibían un ramo de rosas y en la estación Sunoco había un cartel de cartón, de tamaño natural, de una señora en traje de baño que sostenía una cosa llamada bujía. La relación entre ambas cosas la desconcertó, y lo meditó larga y frecuentemente. Lo peor de todo, tan malo que no pensó mucho en ello, es que comprendió que sus ideas de la infancia -durante la cual había leído libros sobre Bach, Mozart, Beethoven, Shakespeare y Thomas E.Dewey, los había adorado y pensado que le gustaría parecerse a ellos- eran, de algún modo, inadecuadas.

No supo cómo hacer frente a todo eso y el temor y el resentimiento despertaron su testarudo orgullo. Ella nunca sería la secretaria de nadie, tendría aventuras propias. Nunca permitiría que alguien la rescatara. Jamás leería las recetas ni se ocuparía de los patrones para vestidos, sino sólo de las noticias y los chistes. Y, fuera lo que fuese lo que pasara por su cabeza respecto a los chicos, jamás permitiría que lo supieran. Nunca se chuparía los labios, ni se pellizcaría las mejillas, ni reiría bobaliconamente ni cuchichearía como las demás chicas. Nunca permitiría que un muchacho supiera que lo miraba. No insinuaría su sospecha de que los hombres sólo eran muchachos crecidos que habían aprendido algunos modales y que no se podía confiar en ellos, puesto que también eran miembros del género inferior. Nunca se casaría, pues en los amigos de sus padres había visto lo suficiente para advertirla en contra de ese estado. Y jamás, jamás se parecería a esas mujeres que había visto caminar con los cuerpos abultados y deformados. Jamás.

 

Fuente: Mujeres. Marilyn French. Círculo de Lectores. Barcelona. 1978.

 

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