Los estudios sobre la evolución de la felicidad a lo largo de la vida distinguen tres dimensiones distintas del bienestar. Está, por un lado, el bienestar hedónico (o bienestar experiencial, como prefieren llamarlo algunos investigadores), que es una sensación a corto plazo y que describe el estado de ánimo día a día. Es el tipo de bienestar que experimentamos cuando nos sentimos alegres o contentos, o que dejamos de experimentar cuando estamos tristes, enfadados o preocupados. Sin embargo, los estados de ánimo inmediatos no reflejan todos los matices de la felicidad. Por eso hay personas que, sin tener un carácter alegre, se sienten perfectamente felices. O personas que, siendo más risueñas, no son tan felices.
Existe, por otro lado, un bienestar más estable y profundo, que oscila poco de un día a otro, que llamamos bienestar evaluativo. Describe la evaluación que hace cada persona de su propia vida, es decir, si está satisfecha con la vida que lleva o si, por el contrario, preferiría vivir de otra forma.
Si el bienestar hedónico son las olas en la superficie, que un día están agitadas y al día siguiente amanecen en calma, el evaluativo es la corriente de fondo. Las olas, como los estados de ánimo inmediatos, dependen de influencias externas como el viento o las presiones. La corriente de fondo depende más del estado interno de cada persona, de cómo se encuentra a nivel íntimo.
Estos dos tipos de bienestar, el hedónico y el evaluativo, no siempre van juntos. Por ejemplo, las personas que viven con hijos en casa suelen manifestar niveles de enfado y estrés más elevados que las personas sin hijos. Pero cuando se les pide que evalúen su nivel de satisfacción con la vida, es decir, su bienestar evaluativo, suelen dar puntuaciones más altas que las personas sin hijos.
Cuando se desglosa el bienestar hedónico en distintos tipos de emociones básicas, como ha hecho Angus Deaton en un estudio en Estados Unidos con más de 340.000 participantes, se confirma que la mayoría de las personas tienden a sentirse mejor con el paso de los años.
Las emociones positivas como estar contentos (happiness en inglés) y disfrutar de las experiencias (enjoyment) siguen la curva en forma de U que hemos descrito antes. Lo que se observa con las emociones negativas es más interesante todavía. El enfado sigue una curva en forma de tobogán, con un nivel máximo hacia los veinte años y un descenso progresivo e ininterrumpido hasta la vejez. El estrés empieza en un nivel alto, sube hasta alrededor de los veinticinco años y después baja también en tobogán. La preocupación se mantiene en niveles altos hasta alrededor de los cincuenta años antes de empezar a bajar.
Por lo tanto, en estos tres casos –enfado, estrés y preocupaciones-, a más edad, menos negatividad. Si son ustedes el tipo de personas que viven los cumpleaños como una pequeña tortura anual, un trámite que hay que pasar procurando que nadie se entere, aquí tienen tres buenos argumentos para reconsiderar su punto de vista.
La única emoción negativa que no tiende a reducirse con los años es la tristeza. Pero tampoco aumenta. Aunque a nivel individual tiene altibajos según las vicisitudes por las que pasamos, cuando se agregan los datos del conjunto de la población, la tristeza se mantiene estable, sin cambios de nivel significativos, a lo largo de toda la vida.
Hemos dicho antes que los estudios distinguen tres dimensiones del bienestar, pero se habrán dado cuenta de que solo hemos hablado de dos, la hedónica y la evaluativa. Hemos guardado la más importante para el final: la dimensión eudemónica.
La palabra viene de la filosofía griega. Se refiere a la felicidad como un estado de plenitud diferente del placer. Aristóteles fue el primero que reflexionó en profundidad sobre la diferencia entre placer y felicidad, y su legado ha recorrido toda la historia del pensamiento occidental, desde el cristianismo hasta la ciencia moderna.
Aristóteles defendió que para alcanzar la felicidad los seres humanos deben actuar de acuerdo con el orden natural. El cristianismo lo expresó en términos de ley moral, de ajustarse a los mandamientos de Dios. En el siglo XVIII Kant argumentó que los seres humanos deben actuar guiados por el sentido del deber. Y ahora en el siglo XXI los estudios científicos retoman la idea de que el bienestar más profundo es el que está vinculado al sentido de la vida. Son matices en torno a la misma idea central.
Lo que dicen los estudios científicos es que las personas que alcanzan el bienestar eudemónico son aquellas que encuentran un propósito en su vida, una misión, algo por lo que merece la pena vivir.
Fuente: La ciencia de la larga vida. Valentín Fuster/Josep Corbella. Editorial Planeta. Barcelona.2016.