Los griegos, después de que su país quedara reducido a una provincia...
Los griegos, después de que su país quedara reducido a una provincia, achacaron los triunfos de Roma a la
Fortuna de la república y no a sus méritos. Esta diosa inconstante, que tan ciegamente reparte y retira sus favores, consentía
en aquel momento tal era el lenguaje de la envidiosa adulación) en plegar las alas, descender de su globo y establecer su trono firme e inmutable a las orillas del Tíber. Un griego más juicioso [Polibio], que ha escrito con espíritu filosófico la memorable historia de su tiempo, privó a sus compatriotas de este vano y engañoso consuelo al poner ante sus ojos los profundos cimientos de la grandeza de Roma. Las costumbres de la educación y los prejuicios de la religión reforzaban la fidelidad de los ciudadanos entre sí y con el Estado. El honor, al igual que la virtud, eran los principios sobre los que se basaba la República; los ambiciosos ciudadanos trabajaban para merecer las glorias solemnes de un triunfo, y el ardor de la juventud romana se encendía con el deseo de emular a sus antepasados. Las luchas moderadas entre patricios y plebeyos establecieron por fin el equilibrio firme de la constitución, que unía la libertad de las asambleas populares con la autoridad y sabiduría de un Senado y los poderes ejecutivos de un magistrado regio. Cuando el cónsul desplegaba el estandarte de la república, todos los ciudadanos estaban obligados, mediante juramento, a desenvainar la espada por su país hasta cumplir el sagrado servicio militar de diez años de duración. Esta prudente institución fue vertiendo en los campos a las siguientes generaciones de hombres libres y de soldados, y su número se reforzó con los Estados de Italia, belicosos y densamente poblados, que, tras una valiente resistencia, cedieron ante el valor de los romanos y se aliaron con ellos.
El sabio historiador que estimuló la virtud del más joven de los Escisiones y contempló la ruina de Cartago ha descrito con detalle el sistema militar romano, sus levas, armas, ejercicios, jerarquía, marchas, campamentos y estructura de la legión, superior en fuerza activa a la falange macedonia de Filipo y Alejandro. Polibio atribuyó a estas instituciones de paz y guerra el espíritu y el éxito de un pueblo incapaz de sentir miedo y al que desagradaba el reposo. El ambicioso plan de conquista, al que la oportuna unión de la humanidad habría podido oponerse, se puso en práctica y se llevó a cabo; y se mantuvo una perpetua violación de la justicia gracias a las virtudes políticas de la prudencia y el valor. Los ejércitos de la república, que algunas veces vencían en las batallas pero siempre conseguían la victoria final en las guerras, avanzaron con pasos rápidos hacia el Eufrates, el Danubio, el Rin y el océano; y la monarquía de hierro de Roma fue destruyendo las imágenes de oro, de plata o de bronce que se utilizaban para representar otras naciones y sus reyes.
El auge de una ciudad que creció hasta formar un imperio merecería, como prodigio singular, la reflexión de una mente filosófica. Pero la decadencia de Roma fue el efecto natural e inevitable de aquella grandeza inmoderada. En su prosperidad maduró el principio de la decadencia; las causas de la destrucción se multiplicaron con la amplitud de la conquista; y, en cuanto el tiempo o diversos incidentes eliminaron los soportes artificiales, la magnífica estructura cedió bajo su propio peso. La historia de su ruina es simple y obvia; y, en lugar de preguntar por qué cayó el Imperio Romano, deberíamos sorprendernos de que durara tanto tiempo. Las legiones victoriosas, que en las guerras distantes adquirieron los vicios de extranjeros y mercenarios, oprimieron primero la libertad de la república y más tarde violaron la majestad de la púrpura. Los emperadores, inquietos por su seguridad personal y la paz pública, quedaron reducidos al miserable papel de corromper la disciplina que tan formidables las hacía, tanto ante su soberano como ante el enemigo; el vigor del gobierno militar se relajó y, finalmente, se disolvió con la parcelación de las instituciones que llevó a cabo Constantino, y el mundo romano se vio abrumado por un diluvio de bárbaros.
Fuente: Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Edward Gibbon. Alba Editorial. Barcelona. 2000.
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