Los instintos biológicos son las claves para entender cómo estamos diseñados y son también las claves de nuestro éxito en el día de hoy...

Los instintos biológicos son las claves para entender cómo estamos diseñados y son también las claves de nuestro éxito en el día de hoy. Si se es consciente del hecho de que un estado biológico del cerebro guía nuestros impulsos, puede elegirse entre no actuar o actuar de modo diferente de aquel al que uno se siente impelido. Pero primero tenemos que aprender a reconocer cómo está estructurado genéticamente el cerebro femenino y cómo está configurado por la evolución, la biología y la cultura. Sin este reconocimiento, la biología se convierte en destino y quedaremos inermes ante ella.

La biología representa el fundamento de nuestras personalidades y de nuestras tendencias de comportamiento. Si en nombre del libre albedrío -y de la corrección política- intentamos refutar la influencia de la biología en el cerebro, empezaremos a combatir nuestra propia naturaleza. Cuando reconocemos que nuestra biología está influenciada por otros factores, incluyendo nuestras hormonas sexuales y su fluir, podemos evitar que el proceso establezca una realidad física que nos gobierne. El cerebro no es nada más que una máquina de aprender dotada de talento. No hay nada que esté absolutamente fijado. La biología afecta poderosamente, pero no aherroja nuestra realidad. Podemos alterar dicha realidad y usar nuestra inteligencia y determinación ya sea para celebrar o para cambiar, cuando resulte necesario, los efectos de las hormonas sexuales en la estructura del cerebro, en el comportamiento, la realidad, la creatividad y el destino.

Los varones y las mujeres tienen el mismo nivel promedio de inteligencia, pero la realidad del cerebro femenino ha sido a menudo mal interpretada por entender que está menos capacitado en ciertas áreas como las matemáticas y la ciencia. En enero de 2005 Lawrence Summers, presidente a la sazón de la Universidad de Harvard, sobresaltó e indignó a sus colegas -y al público- cuando en un discurso pronunciado en el National Bureau of Economic Research dijo: “Se puede ver que en muchísimos atributos humanos diferentes -aptitud matemática, aptitud científica- existe una evidencia bastante clara de que, prescindiendo de la diferencia en medios -que puede ser discutida- existe una diferencia en la desviación estándar y en la variabilidad de una población masculina y otra femenina. Y esto es verdad en lo tocante a atributos que están o no determinados culturalmente de modo plausible”. El público entendió que el orador afirmaba que las mujeres están por tanto congénitamente menos dotadas que los hombres para convertirse en matemáticas o científicas de primera fila.

Si se analiza la investigación usual, Summers tenía y no tenía razón. Sabemos actualmente que cuando los chicos y las chicas llegan a la adolescencia, no hay diferencia en sus aptitudes matemáticas y científicas. En este punto dicho autor se equivocaba. Pero en cuanto el estrógeno inunda el cerebro femenino, las mujeres empiezan a concentrarse intensamente en sus emociones y en la comunicación: hablar por teléfono y citarse con sus amigas en la calle. Al mismo tiempo, a medida que la testosterona invade el cerebro masculino, los muchachos se vuelven menos comunicativos y se obsesionan por lograr hazañas en los juegos y en el asiento trasero de un coche. En la fase en que los chicos y las chicas empiezan a decidir las trayectorias de sus carreras, ellas empiezan a perder interés en empeños que requieran más trabajo solitario y menos interacciones con los demás, mientras que ellos pueden fácilmente retirarse a solas a sus alcobas para pasar horas delante del ordenador.

 

Fuente: El cerebro femenino. Louann Brizendine. RBA Libros. Barcelona. 2007

 

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