Los positivistas lógicos se quejaron con frecuencia de la poca atención que los empiristas “tradicionales” habían prestado a la lógica y a la matemática...
Los positivistas lógicos se quejaron con frecuencia de la poca atención que los empiristas “tradicionales” habían prestado a la lógica y a la matemática. Usaron a menudo las técnicas lógicas codificadas en los
Principia Matemática , de Whitehead y Russell, y perfeccionadas por un ejército de lógicos y matemáticos. Algunos positivistas, o neopositivistas, se consagraron también al trabajo lógico. Grande fue la influencia que sobre ellos ejercieron las ideas, o mejor los gérmenes, contenidos en el
Tractatus logico-philosophicus , de Ludwig Wittgenstein. Pero al final permanecieron fieles al espíritu de Hume, tal como éste lo exhibió en los párrafos finales de su
Investigación sobre el entendimiento humano: “Cuando recorremos las bibliotecas, persuadidos de estos principios, ¿qué sarracina tenemos que hacer? Si tomamos en mano cualquier volumen de teología o de metafísica escolástica, por ejemplo, preguntamos:
¿Contiene algún razonamiento abstracto relativo a cantidad y número? No.
¿Contiene algún razonamiento experimental relativo a hechos o a la experiencia? No. Arrojémoslo, pues, a las llamas, pues sólo puede contener sofismas e ilusiones.”
Según los positivistas lógicos, los libros filosóficos y, ante todo, los libros metafísicos, se hallan atiborrados de enunciados sin sentido. ¿Qué es el ser? ¿Existe Dios? ¿Ha tenido el mundo un comienzo en el tiempo? ¿Cuál es el sentido de la vida? Ciertos filósofos habían ya concluido que esas cuestiones, y otras similares, son insolubles. Los positivistas lógicos declararon que carecen de significado. Sólo lo tienen los enunciados para los cuales podemos ingeniar un método de comprobación -de “verificación”-. Pero como sólo los enunciados científicos pueden pasar con éxito esa prueba, todos los enunciados que no pertenezcan al dominio de las ciencias tendrán que ser descartados como pseudoproposiciones. En cuanto a los enunciados lógicos y matemáticos, que no son verificables, no plantean problema: tales enunciados son fórmulas analíticas, tautologías, cuya verdad –o, mejor dicho, validez, o acaso aplicabilidad- depende únicamente de su estructura formal. Además, la matemática se reduce a la lógica, de modo que el conocimiento consiste en enunciados empíricamente verificables formulados en un lenguaje cuyas reglas sintácticas son fórmulas lógicas obtenibles por medio de reglas de inferencia.
Frente a todos los descarríos especulativos, podía esperarse que el positivismo lógico ofreciera a los filósofos contemporáneos los implementos intelectuales en que habían soñado no pocos grandes pensadores del pasado: implementos lo bastante sólidos y cortantes para practicar –y ello de un modo cooperativo y realmente “científico”- todas las operaciones quirúrgicas necesarias. El hechizo que había dominado (y adormilado) a los filósofos durante más de dos milenios parecía haberse evaporado; desde entonces el mundo de entidades ficticias que habían creado los filósofos reveló su verdadera naturaleza: la de un espejismo. Los filósofos no tenían ya por qué competir con los hombres de ciencia. Pues ya no debían preocuparse por decir nada acerca de la realidad; su tarea consistía simplemente en analizar y poner en claro los enunciados.
Fuente: La filosofía actual. José Ferrater Mora. Alianza Editorial. Madrid. 1969.
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