Los primates bípedos conocidos como humanos tenemos una relación antigua, profunda y mutuamente reforzante con los bosques y los árboles...

Los primates bípedos conocidos como humanos tenemos una relación antigua, profunda y mutuamente reforzante con los bosques y los árboles. La abundancia de pruebas circunstanciales que proporciona la anatomía comparada equivale a una demostración de que nuestros ancestros, asumiendo que su forma corporal se parecía remotamente a la nuestra, vivieron durante millones de años entre las ramas de los árboles. Quizá sea por eso por lo que a veces damos un respingo al quedarnos dormidos (un antiguo reflejo de supervivencia para unos mamíferos arborícolas en un entorno relativamente a salvo de los predadores, pero en peligro de caer y romperse los huesos). También parecemos preprogramados para apreciar los colores vivos, los sabores dulces y los olores afrutados, que para los prosimios y simios representaban ricas reservas de fructosa, el azúcar frutal que puede alimentar la percepción y la locomoción primate. Por supuesto, todavía seguimos necesitando la vitamina C presente en los cítricos, y los publicistas se valen de nuestra ancestral querencia por los colores para llamar la atención sobre prendas, caramelos y revistas. Mientras comían sus frutos, nuestros ancestros no sólo estaban aprovechándose de los árboles: al escupir las semillas o depositarlas con sus excrementos en un medio abonado, contribuían a diseminar las especies de las que se alimentaban.

Hoy seguimos rodeándonos de madera, y a menudo vivimos efectivamente en casas arbóreas modificadas, y la vista y el olor de la madera fresca tienen un efecto calmante sobre nosotros. Es más, el papel y sus derivados, desde el papel higiénico hasta los libros, periódicos y revistas, son un elemento capital de la civilización moderna. En algunos lugares, la tasa de deforestación ha alcanzado cotas alarmantes, y el ejemplo de la humanidad, que históricamente ha talado y quemado áreas arboladas para hacer sitio a los cultivos de grano, constituye una inquietante advertencia acerca del peligro que supone el poder tecnológico sin una planificación a largo plazo. Desiertos que mucha gente considera fenómenos naturales inevitables, como los del Sahara y Oriente Medio, han sido exacerbados, si no causados, por la agricultura y el pastoreo excesivos. Como ocurre a menudo con la reducción relativa de gradientes, la tentación del beneficio inmediato hace olvidar la sostenibilidad a largo plazo. A corto plazo, la entidad miope que maximiza su acceso a las reservas de energía prevalece. Pero si volvemos más tarde, no encontraremos al “maximizador”. Una vez más, hay una ecuación, un toma y daca, entre la satisfacción o indulgencia a corto plazo y la supervivencia o sabiduría a largo plazo.

Como el proverbial pez que, rodeado de agua cristalina, no ve el entorno que lo sustenta, a mucha gente le resulta tentador ignorar la importancia de los bosques, tanto en el pasado como en el presente y el futuro. Las áreas arboladas (templadas, subtropicales y tropicales) no son interesantes tan sólo por su belleza, su contenido en fármacos aún no descubiertos o la nostalgia intrínseca que les confiere su condición de cuna natural de la humanidad. En efecto, los bosques y los árboles que los forman representan el no va más de la tecnología biosférica relacionada con la reducción de gradientes. Más allá de lo fascinantes que puedan resultar para los botánicos, el papel mutuamente catalítico que interpretan las plantas en los orígenes y evolución de tantas especies animales, así como el papel energético de los árboles y los bosques, han sido poco apreciados.

Aunque una distinción corriente entre plantas y animales es la pretendida inmovilidad de las primeras, esto no responde a la realidad. Tanto las plantas como los animales están formados por células nucleadas con cromosomas que manifiestan movimiento intracelular. Su descendencia común es sugerida por los ginkgos y los musgos, que producen gametos masculinos nadadores casi indistinguibles de los espermatozoides animales, salvo por la posesión de cabezas con cloroplastos verdes. De hecho, algunos animales han establecido asociaciones secundarias con componentes vegetales: caracoles, bivalvos y gusanos como Convoluta roscoffensis , que parecen algas pero pueden escapar de los predadores, dan testimonio de la capacidad de los genes, metabolitos y sustancias nutritivas de fluir entre organismos otrora separados. Algunos organismos unicelulares, como Euglena , nadan como las células animales pero fotosintetizan como las plantas. De modo que la división entre animales y plantas no es infranqueable, especialmente porque la condición termodinámica de los organismos los mantiene abiertos a los flujos materiales y de información. Además, las plantas también se mueven en tiempo real (como puede verse fácilmente cuando se proyecta a cámara rápida el crecimiento de brotes, raíces y flores).

Desde el punto de vista de una inteligencia extraterrestre, digamos una estrella de neutrones perceptiva, el crecimiento vegetal podría parecer más fundamental y mesurado, y menos peligrosamente impulsivo –por no decir menos parasitario-, que la vida animal. Después de todo, las plantas producen su alimento a partir de elementos del aire y el agua bajo la influencia de la luz solar, en lugar de devorar los cuerpos de aquellos que producen el alimento en primera instancia, como hacen los animales. Y su crecimiento más lento, que nosotros, primates bulliciosos, encontramos literalmente equiparable a la discapacidad, puede compararse con los movimientos de los adultos tal como los ven los revoltosos niños, cuyos juegos parecen ser una actividad absolutamente esencial.

 

Fuente: La termodinámica de la vida. Eric D.Schneider y Dorion Sagan. Tusquets Editores. Barcelona. 2008.

 

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