Los psicólogos han identificado hasta nueve emociones básicas que pueden detectarse con bastante exactitud...
Los psicólogos han identificado hasta nueve emociones básicas que pueden detectarse con bastante exactitud en las expresiones faciales de personas pertenecientes a culturas muy diferentes; así, parece que del mismo modo que todos los seres humanos pueden ver y hablar, también pueden tener en común una serie de estados emocionales. Pero para simplificar en la medida de lo posible, podría afirmarse que todas las emociones tienen en común una cualidad esencial: o son positivas y atractivas o son negativas y repulsivas. Sólo por este simple rasgo, las emociones nos ayudan a escoger lo que sería bueno para nosotros. Un bebé se ve atraído por un rostro humano y es feliz cuando ve a su madre, porque refuerza su vínculo con un cuidador. Sentimos placer cuando comemos, o cuando estamos con una persona de sexo opuesto, porque la especie no sobreviviría si no buscásemos comida y relación sexual. Sentimos una repulsión instintiva en presencia de serpientes, insectos, olores podridos, la oscuridad, cosas todas ellas que en el pasado evolutivo podían haber presentado serios peligros para la supervivencia.
Además de las emociones simples de tipo genético, los seres humanos han desarrollado gran número de sentimientos más sutiles y tiernos, y también degradados. La evolución de la conciencia autorreflexiva ha permitido a nuestra raza “jugar” con los sentimientos, fingirlos o manipularlos de una forma que ningún otro animal puede hacer. Las canciones, las danzas, las máscaras de nuestros antepasados evocaban terror y sobrecogimiento, alegría y embriaguez. Las películas de terror, las drogas y la música evocan lo mismo en la actualidad. Pero en su origen las emociones servían como señales sobre el mundo externo; actualmente, a menudo están desconectadas de cualquier objeto real y se manifiestan por sí mismas.
La felicidad constituye el prototipo de las emociones positivas. Como muchos pensadores han afirmado desde Aristóteles, todo lo que hacemos tiene por objeto, en última instancia, alcanzar la felicidad. En realidad no queremos la riqueza, la salud o la fama por sí mismas; las queremos porque esperamos que nos hagan felices. Sin embargo, no buscamos la felicidad porque nos aporte otra cosa, sino por sí misma. Si la felicidad es realmente lo esencial de la vida, ¿qué sabemos de ella?
Hasta mediados de siglo los psicólogos eran reticentes a estudiar la felicidad, porque el paradigma conductista, que era el que predominaba en las ciencias sociales, sostenía que las emociones subjetivas eran demasiado endebles para ser objetos apropiados de investigación científica. Pero a medida que en las últimas décadas ha disminuido en los medios académicos la fuerza del “empiricismo desgastado por la erosión”, se ha podido reconocer de nuevo la importancia de las experiencias subjetivas y se sigue con renovado vigor el estudio de la felicidad.
Fuente: Aprender a fluir. Mihaly Csikszentmihalyi. Editorial Kairós. Barcelona. 1998.
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