Mackinder nos pide que consideremos que la historia europea está “subordinada” a la de Asia, ya que cree que la civilización europea es tan solo el resultado de la lucha contra las invasiones asiáticas. Anterior a McNeill, Mackinder apunta que Europa se convirtió en el fenómeno cultural que representa gracias, en gran medida, a su geografía: una orografía intrincada, llena de montañas, valles y penínsulas -en las que surgirían naciones individuales- en comparación con la inmensa y amenazadora planicie de Rusia, al este. Esta llanura rusa se repartía entre los bosques del norte y la estepa del sur. Los primeros vestigios de Polonia y Rusia germinarían, como explica Mackinder, al amparo de los brazos protectores del bosque septentrional, ya que, del siglo V al XVI, las desnudas estepas del sur darían a luz una sucesión de invasores nómadas: hunos, avaros, búlgaros, magiares, calmucos, cumanos, pechenegos, mongoles y otros. En la estepa del corazón continental, la tierra es interminablemente llana, el clima es duro y la producción de vegetales se limita al pasto, que la arena, llevada por fuertes vientos, destruye a su paso. Estas condiciones dieron origen a una raza de hombres duros y crueles que debían destruir sin pensárselo a cualquier adversario que encontraran o arriesgarse a ser destruidos, dado que no existían medios de defensa mejores en un lugar antes que en otro. Fue la unión de francos, godos y los romanos de las provincias contra estos asiáticos lo que estableció las bases de la Francia actual. Del mismo modo, Venecia, el papado, Alemania, Austria, Hungría y otras potencias europeas florecientes se originarían, o al menos madurarían, gracias a los amenazadores enfrentamientos con los nómadas de las estepas asiáticas.
Fuente: La venganza de la geografía. Robert D.Kaplan. RBA Libros. Barcelona. 2015.