Me gusta el salmón; ¿a quién no? El consumo de salmón ha aumentado alrededor de un 23% al año...

Me gusta el salmón; ¿a quién no? El consumo de salmón ha aumentado alrededor de un 23% al año durante más o menos la última década. Hay muchas buenas razones para comer más pescado: todos queremos alimentos con alto contenido de omega-3, deseamos comer menos grasas saturadas, necesitamos saludables proteínas para una dieta baja en hidratos de carbono. Pero ésta es la razón fundamental de la cantidad de salmón de nuestras cenas: el bajo precio del petróleo ha estado subvencionando el precio del pescado. Del mismo modo que Wal-Mart y Tesco y las grandes tiendas al por menor de todo el planeta han podido reducir los precios de casi todos sus productos gracias a unos menores gastos de transporte y a una mano de obra más barata en Asia, el salmón pasó de ser un delicioso pescado local a convertirse en otro artículo global. El petróleo barato nos permite acceder a un mundo muy grande.

En la economía global, nadie piensa en la distancia en millas o en kilómetros, sino en dólares. Si el petróleo es barato, no importa realmente lo lejos que esté una fábrica de un punto de venta, o el campo del agricultor del supermercado. Lo que determina qué ocurre y dónde es el coste de otras cosas, por ejemplo la mano de obra o los impuestos. Un salmón del Atlántico pescado en aguas de Noruega está destinado a que lo transporten por todo el mundo, como se transporta un rodamiento o un microprocesador.

En primer lugar, se lleva el salmón a un puerto de Noruega, donde se congela y se pasa a otro barco, que lo conducirá a un puerto mayor, probablemente al de Hamburgo o al de Róterdam, donde se trasladará a otro barco que lo llevará en un largo viaje a China, casi seguro que a Qingdao, en la península de Shandong, la capital china del procesado de pescado. Allí descongelarán el salmón y lo procesarán en el suelo de una alejada factoría con luces de neón donde cuadrillas de mujeres jóvenes con mano hábil le quitarán la piel y las espinas y lo filetearán. Luego lo volverán a congelar, lo empaquetarán y lo colocarán en otro barco contenedor para enviarlo a algún supermercado de Europa o Norteamérica. Pasados dos meses desde su pesca, descongelarán el salmón, lo expondrán sobre hielo bajo unos relucientes halógenos y lo venderán como “fresco”.

Sin embargo, cuando estoy sentado en un agradable restaurante disfrutando de una buena conversación con una copa de vino, no pienso en nada de esto. Y, en cualquier caso, la información sobre el transporte normalmente no aparece junto al plato en cuestión en la carta. Pero, si en la conversación pasamos a hablar de la energía y del precio del petróleo (y confieso que así me ocurre de forma bastante regular), cuando observo ese pescado sé que estoy mirando al pasado.

 

Fuente: Por què el mundo está a punto de hacerse más pequeño. Jeff Rubin. Ediciones Urano. Barcelona. 2009.

 

« volver