Me he visto llevado a diferenciarme de la mayoría de los intelectuales, a la vez por mi actitud para con la mediática “cultura de masas” y por mi actitud para con los dogmas de la alta cultura oficial.
Me he visto llevado a diferenciarme de la mayoría de los intelectuales, a la vez por mi actitud para con la mediática “cultura de masas” y por mi actitud para con los dogmas de la alta cultura oficial.
El mundo intelectual, universitario, científico se complace denunciando el cretinismo de abajo, el de los medios de comunicación. Aunque cultos, nunca han sido capaces de comprender que el inculto que va al cine sabe que está viendo una ficción aun participando intensamente en ella; también están convencidos de que el telespectador, fascinado por su pantalla, pierde cualquier discernimiento y, hechizado por los mensajes publicitarios, rinde culto a Ariel o a Omo. Los intelectuales que se han alienado en una ideología abstracta no pueden soportar que los no intelectuales se alienen con el fútbol o los folletones. Los intelectuales dicen que la tele es una subcultura que difunde el conformismo, los estereotipos, las ideas convencionales. Estoy plenamente de acuerdo, pero entre los intelectuales veo otra subcultura (que supone ignorancia y juicios
a priori ) con conformismos, estereotipos e ideas convencionales, y con mayor seguridad y arrogancia.
El cretinismo que me repugna en la tele no es el de los folletones, es el de las entrevistas o debates en los que se corta arbitrariamente la palabra, en los que las frases del entrevistado sirven para instalarse en un
show y en los que, bajo el terror de un índice de audiencia fantasmal, los presentadores y entrevistadores no pueden soportar un minuto de argumentación. Me dicen que el tiempo de un argumento considerado soportable por los presentadores televisivos es ahora de diez segundos...
Pero la denuncia del cretinismo de abajo no me hace olvidar el cretinismo de arriba. Me pasma todavía recordar cuántas de las más altas autoridades científicas creyeron las peores estupideces políticas referentes a la URSS. Cómo aplicaron sin reflexión una visión mecanicista de este mundo enloquecido que es el nuestro. Cómo esos espíritus formados en la escuela del determinismo y el reduccionismo no comprendieron que los fenómenos sociales y políticos no podían tratarse con los métodos con los que examinan su objeto en un laboratorio. Y, más asombroso todavía, cómo cierto día, en las ciencias humanas, no hubo ya acontecimiento, ni vida, ni amor, ni muerte, sino sólo estructuras. Cómo un secuestro epistemológico justificó un pseudo-cientificismo triunfal. Cómo los más agudos literatos y filósofos decidieron que el hombre no existía, que era sólo un invento arbitrario. Cómo refinados sujetos eliminaron la noción de sujeto por puramente ilusoria. Cómo el don musical de los niños Mozart o Menuhin fue barrido como pura ideología. Cómo los más sagaces historiadores decidieron que los accidentes históricos sólo eran la espuma de una historia sin historias. Cómo las más alucinantes tonterías, siempre que estuvieran rodeadas de fino encaje, adoptaron la forma de leyes y dogmas...
Fuente: Mis demonios. Edgar Morin. Editorial Kairós. Barcelona. 1995.
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