Mike Patterson, un preparador de organizadores comunitarios que trabaja para el Ministerio de la Vivienda y el Desarrollo Urbano del gobierno de Estados Unidos...

Mike Patterson, un preparador de organizadores comunitarios que trabaja para el Ministerio de la Vivienda y el Desarrollo Urbano del gobierno de Estados Unidos, describe una comunidad como una “tela de araña de pequeñas cosas, aparentemente sin importancia: quizás pequeñas cortesías, o favores, o preocuparse por los demás, una sonrisa o un saludo a los demás en la calle, y todas las demás cosas que la gente suele hacer comúnmente. Una comunidad sana es un círculo, o una cesta, que se mantiene unido por la confianza mutua, el respeto y la interdependencia. Las empresas y organizaciones similares son piramidales o triangulares, y tienen bien definidos, incluso de forma afilada, los límites y las jerarquías con sus correspondientes, y rígidas, relaciones de poder.

El antropólogo polaco Bronislaw Malinowski fue el primero que señaló cómo lo que denominó “mensaje fático” –preguntas acerca del tiempo o los saludos en la calle- crea una atmósfera general que mantiene unida a la sociedad. Los indios micmac del este de Canadá y Nueva Inglaterra están de acuerdo: dicen que el trabajo diario más importante de cada individuo es caminar por entre la comunidad e intercambiar habladurías. Aquí, el contenido de esas habladurías es, obviamente, menos importante que la persona en sí que las intercambia. Y ahí es donde radica la influencia real de cada persona.

La influencia sutil es lo que cada uno de nosotros afirma, para bien o para mal, por nuestro modo de ser. Cuando somos negativos o deshonestos, esto ejerce una sutil influencia sobre los demás, al margen de cualquier impacto directo que pueda tener nuestra conducta. Nuestro ser y nuestra actitud conforman el clima en el que otros viven, la atmósfera que respiran. Aportamos los nutrientes a la tierra donde los otros crecen. Si nosotros somos genuinamente felices, positivos, reflexivos, colaboradores y honestos, eso influye sutilmente en aquellos que nos rodean. Todo el mundo tiene experiencia de ello cuando se trata de niños: responden más a lo que eres que a lo que dices. Pero todos nosotros nos sentimos profunda y sutilmente afectados por cómo son los demás. Veamos un ejemplo: los científicos que estudiaron los matrimonios mayores aprendieron que, para cada miembro de ellos, el estado de ánimo del otro miembro era bastante más importante que el propio estado de salud de la persona. Un marido podía tener mala salud, pero los científicos descubrieron que, si su mujer era feliz, él se sentiría feliz.

La influencia sutil, en su sentido negativo -la connivencia- mantiene cohesionados los ciclos límite restrictivos; pero en su sentido positivo es vital para mantener los sistemas abiertos renovados y vibrantes. La metáfora del caos nos proporciona un nuevo y sutil modo de pensar en la diferencia entre la influencia maligna y la benigna.

La sutileza comienza con el hecho de que el poder de la mariposa es, por su propia naturaleza, impredecible. Encerramos los rizos retroalimentadores en la sociedad de formas tan diversas que es tan difícil adivinar los efectos a largo plazo de nuestras acciones como lo sería el predecir el tiempo atmosférico de los próximos meses. Quizás por esa razón muchas de las más sabias tradiciones del mundo enseñan que una acción no sólo debe mirar por el bienestar de los otros para el futuro, sino que debe basarse en la autenticidad del momento, ser verdadera en sí misma y ejercitar los valores de la compasión, el amor y la amabilidad básica. El poder positivo del efecto mariposa implica el reconocimiento de que cada individuo es un aspecto indivisible del todo, y que cada momento caótico del presente es un espejo del caos del futuro. Recuerden que Cézanne y Keats sugirieron que la auténtica verdad está también arraigada en una cierta clase de atención a la incertidumbre y a la duda. El poder positivo del efecto mariposa, que es verdaderamente el poder de los sistemas abiertos, procede de esa atención.

 

Fuente: Las siete leyes del caos. John Briggs y F.David Peat. Grijalbo Mondadori. Barcelona. 1999.

 

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