Muy a menudo he meditado sobre lo que realmente distingue al gran genio del común de las gentes...
Muy a menudo he meditado sobre lo que realmente distingue al gran genio del común de las gentes. He aquí algunas de mis observaciones. El hombre común está siempre conforme con la opinión y la moda imperantes, considera el estado en que todo se encuentra ahora mismo como el único posible, y se comporta pasivamente en cualquier orden de cosas. No se le ocurre pensar que todo, desde la forma de los muebles hasta la más sutil de las hipótesis, se decide en el gran consenso de los hombres, del que él mismo forma parte. Usa zapatos de suela fina aunque las piedras puntiagudas le lastimen los pies, y, por seguir la moda, se hace correr las hebillas hasta la altura de los dedos del pie, aunque el zapato se le salga con frecuencia al caminar. No piensa que la forma del zapato depende tanto de él como del loco que por vez primera usó suela delgada sobre un empedrado miserable. El gran genio se pregunta siempre:
”¿No podría ser falso esto también?”. Nunca da su voto sin reflexionar. He conocido a un hombre talentosísimo cuyo sistema de opiniones, no menos que su mobiliario, se distinguían por un orden y funcionalidad muy especiales. En su casa no aceptaba nada de cuya utilidad no estuviera seguro; resultábale imposible adquirir algo tan sólo porque los otros lo tuvieran. Pensaba: sin mí han decidido que esto debe ser así, pero quizás hubieran decidido otra cosa de haber estado yo presente. Demos gracias a estos hombres que al menos son capaces de desaprobar con la cabeza cuando se quiere imponer algo para lo que nuestro mundo es aún demasiado joven. Todavía no podemos ser chinos. Si las naciones estuvieran aisladas por completo unas de otras, quizás habrían llegado todas, claro que en distintos grados de perfección, al inmovilismo chino.
Fuente: Aforismos. Heorg Christoph Lichtenberg. Edhasa.Barcelona.1990.
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