No es posible establecer ningún tipo de juicio general acerca del momento determinado en que los seres humanos comenzaron a sentir de una manera particular...

No es posible establecer ningún tipo de juicio general acerca del momento determinado en que los seres humanos comenzaron a sentir de una manera particular sobre un asunto particular: ¿cuándo se convirtió la ira en un vector de la política?, ¿cuándo abandonó el asco el ámbito de lo meramente físico para convertirse en indignación, en reacción moral? Dicho esto, a veces resulta muy instructivo reflexionar sobre las codificaciones culturales que esas emociones han experimentado como respuesta a ciertos acontecimientos de nuestra historia y a obras de arte fundamentales. ¿No cambiaron de forma los celos después de Otelo, no volvieron a hacerlo tras Las penas del joven Werther?

Para comenzar por el principio, podemos considerar que el miedo primitivo es el motor de toda creencia religiosa, lo cual no equivale a decir que, espontáneamente, sintamos miedo cada vez que asistimos a un servicio religioso dominical, pero, en realidad, sí es lo mismo que afirmar que en los cimientos del edificio de las creencias religiosas se aloja un estrato sedimentado de antiguo terror. En otras palabras, las emociones no son tan sólo esas manifestaciones espasmódicas de sensación o sentimiento que surgen como respuesta a los estímulos externos, sino el lecho rocoso sobre el cual se erige una gran parte, por no decir toda, nuestra vida cultural y social. Es esto lo que nos lleva a desechar la idea de que, en una utopía futura, podamos evolucionar hasta alcanzar un estado en el que no sintamos emoción alguna -eso y el hecho de que, en el caso de que alguna vez logremos ese estado, muy posiblemente hayamos dejado de ser humanos- .

 

Fuente: Humanidad. Stuart Walton. Santillana Ediciones Generales. Madrid. 2005.

 

« volver