No hay duda de que estamos programados para buscar la compañía de nuestros iguales...

No hay duda de que estamos programados para buscar la compañía de nuestros iguales. Es probable que los genetistas del comportamiento encuentren tarde o temprano en nuestros cromosomas las instrucciones químicas que nos hacen sentir tan incómodos cuando estamos solos. Hay buenas razones por las que, durante el curso de la evolución, tales instrucciones se habrían agregado a nuestros genes. Los animales que desarrollan una ventaja competitiva frente a otras especies mediante la cooperación, sobreviven mucho mejor si están constantemente a la vista los unos de los otros. Los babuinos, por ejemplo, que necesitan de la ayuda de los compañeros para protegerse de los leopardos y las hienas que vagabundean en la sabana, tienen pocas oportunidades de alcanzar la madurez si abandonan su manada. Las mismas condiciones deben haber seleccionado el comportamiento gregario como una característica positiva para la supervivencia de nuestros antepasados. Por supuesto, cuando la adaptación humana empezó a recaer cada vez más en la cultura, empezaron a ser importantes otras razones adicionales. Por ejemplo, cuanta más gente dependía del conocimiento en vez del instinto para la supervivencia, más se beneficiaban de compartir mutuamente lo que habían aprendido; un individuo solitario bajo tales condiciones se convirtió en un idiota, que en griego originalmente significaba una “persona encerrada en sí misma”, es decir, alguien incapaz de aprender de los demás.

Al mismo tiempo, paradójicamente, hay una larga tradición de sabiduría que nos advierte que “el infierno son los otros”. El sabio hindú y el ermitaño cristiano buscaron la paz lejos de la muchedumbre enloquecedora. Y cuando pensamos en las experiencias más negativas en la vida de una persona normal, encontramos la otra cara de la resplandeciente moneda del instinto gregario: los sucesos más dolorosos son también aquéllos que atañen a nuestras relaciones. Los jefes injustos y los clientes mal educados que nos hacen sentir mal en el trabajo. En casa, un cónyuge poco cariñoso, un niño desagradecido y los suegros que se inmiscuyen en nuestra vida con las fuentes primarias de la melancolía. ¿Cómo es posible reconciliar el hecho que la gente ocasiona tanto las mejores como las peores situaciones que vivimos?

Esta contradicción evidente realmente no es difícil de resolver. Como cualquier otra cosa que realmente importe, las relaciones nos hacen sentir sumamente felices cuando van bien y muy deprimidos cuando no funcionan bien. La gente es el aspecto más flexible y más cambiante del entorno con el que tenemos que enfrentarnos. La misma persona puede hacer que la mañana sea maravillosa y que la tarde sea insoportable. Puesto que dependemos tanto del afecto y de la aprobación de los demás, somos sumamente vulnerables a la forma en que nos tratan.

 

Fuente: Fluir. Mihaly Csikszentmihalyi. Editorial kairós. Barcelona. 1997.

 

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