No se deben menospreciar los motivos que tienen las mujeres para sentirse tristes, ni se les debe quitar importancia con razonamientos...

No se deben menospreciar los motivos que tienen las mujeres para sentirse tristes, ni se les debe quitar importancia con razonamientos, ni tampoco se podrán alterar en la práctica con modificaciones parciales de sus circunstancias económicas y sociales. La tristeza de una mujer nace de su impotencia. Ésta la deja vulnerable frente a toda una serie de desgracias que la acosan sin cesar. Su deber, como le indican a diario un millar de fuentes, es atraer, o sea, resultar atractiva para otras personas cuyas respuestas no puede controlar. Confía que le bastará con ser una buena persona, una buena chica, pero descubre que con eso no basta. Se esfuerza, sale adelante en los estudios, adquiere fama de inteligente y sólo la aprecian sus profesoras. Está convencida de que no es bonita, según las normas y los estereotipos que se pregonan por doquier. Aunque lo sea, su belleza no durará mucho. Si consigue un cierto éxito en el ámbito de la atracción, está condenada a perder lo alcanzado y a sufrir el duelo cuando la edad empiece a dejar sus huellas. Actualmente, las mujeres adolescentes ya sienten que su cuerpo que empieza a madurar es demasiado matronal y anticipan un rechazo. El fracaso del vínculo de pareja se equipara a un fracaso total. La mujer que jamás ha estado emparejada debe lamentar su destino. Si se empareja y luego la dejan, se queda desolada. El mantenimiento del vínculo de pareja requiere con demasiada frecuencia la progresiva anulación de su Yo individual. “Quiero hacerle feliz”, declara ella, sin darse cuenta de que la infelicidad de él depende menos de ella que de cualquier otro de los factores que intervienen en su vida. Si se propone tratar a los hombres como éstos tratan a las mujeres, se endurece y mancilla su autoimagen. No tener criaturas es una decepción; si las tiene, queda condenada a pasar largos períodos de reclusión en el hogar con su criatura, y sobre ella recae la responsabilidad exclusiva de cualquier problema que ésta pueda tener. Cuando la niña o el niño crecen, no tiene derecho a mantener el contacto con ellos y debe llorar su pérdida. Si interrumpe un embarazo, también tiene que cargar con ese duelo y seguir adelante. Puede encontrar satisfacción en su trabajo, si tiene la suerte de hacer un trabajo que merezca la pena, pero es probable que acabe sin tener otra cosa que su trabajo. La pobreza, el trabajo pesado y monótono y la soledad son razones válidas para sentirse triste; más allá y por debajo de todas ellas, superándolas con creces, está el amor no correspondido. El amor al padre, a su pareja, a su hijo o su hija, son para la inmensa mayoría de mujeres amores no correspondidos. Sus seres amados ocupan el centro de la vida de una mujer; ella, en cambio, tiene que aceptar que la mantengan alejada del centro de la suya. A veces se siente tan desolada, que sus propias atenciones desinteresadas a una persona desconocida pueden llegar a conmoverla hasta las lágrimas.

 

Fuente: La mujer completa. Germaine Greer. Editorial Kairós. Barcelona. 2000.

 

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