Para comprender el misterio de la intelectualidad francesa uno tiene que empezar por la École Normale...

Para comprender el misterio de la intelectualidad francesa uno tiene que empezar por la École Normale. Fundada en 1794 para que hicieran allí sus prácticas los profesores de enseñanza secundaria, se convirtió en el semillero de la élite republicana. Entre 1794 y 1970, casi todo francés intelectualmente distinguido (las mujeres solo fueron admitidas hace poco tiempo) se graduaba allí: desde Pasteur hasta Sartre, desde Émile Durkheim hasta Georges Pompidou, desde Charles Péguy hasta Jacques Derrida (quien llegó a suspender el examen de ingreso no una sino dos veces antes de ser admitido), desde Léon Blum a Henry Bergson, Romain Rolland, Marc Bloch, Louis Althusser, Régis Debray, Michel Foucault, Bernard-Henri Lévy, y los ocho ganadores franceses de la medalla Fields al mérito matemático.

Cuando llegué allí en 1970, como un pensionnaire étranger; la ENS aún mantenía su supremacía. Cosa rara en Francia, se trata de un campus residencial que ocupa una tranquila manzana en medio del quinto arrondissement. Cada estudiante tiene un pequeño dormitorio propio en un edificio cuadrangular dispuesto en torno a una plazoleta a modo de parque. Además de los dormitorios, hay salones, aulas y seminarios, un refectorio, una biblioteca de ciencias sociales y la Bibliothèque des Lettres: una magnífica biblioteca, incomparable por su contenido y funcionalidad.

Los lectores estadounidenses, acostumbrados a disfrutar de bibliotecas bien provistas en cada universidad estatal, desde Connecticut a California, tendrán algún problema en entender lo que eso significa: la mayoría de las universidades francesas se asemejan a un community collage mal subvencionado. Pero los privilegios de los normaliens van mucho más allá de su biblioteca y sus dormitorios. Entrar en la ENS era (y es) extraordinariamente difícil. Todo graduado aspirante a la admisión debe sacrificar dos años adicionales para que le ceben (me viene a la cabeza la imagen de las ocas) con una intensa dosis de cultura clásica francesa o de ciencia moderna. Luego se presenta al examen de ingreso, su desempeño es evaluado frente al del resto de candidatos, y los resultados se hacen públicos. Los cien mejores, más o menos, obtienen plaza en la institución -lo que comporta unos ingresos garantizados de por vida, a condición de que consagren sus carreras al funcionariado estatal-.

De este modo, sobre una población de 60 millones de habitantes, esta academia humanista de élite está preparando a trescientos jóvenes en cualquier momento. Es como si los graduados de todas las high schools de Estados Unidos fueran pasados por un filtro, de manera que menos de un millar de ellos se asegurase una plaza en una universidad que revistiera el prestigio y la distinción de Harvard, Yale, Princeton, Columbia, Stanford, Chicago y Berkeley. No es sorprendente que los normaliens tengan un alto concepto de sí mismos.

 

Fuente: El refugio de la memoria. Tony Judt. Santillana Ediciones Generales.Madrid.2011.

 

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