Para pensar es igualmente importante retener esta misma facultad de extrañeza ante la existencia...

Para pensar es igualmente importante retener esta misma facultad de extrañeza ante la existencia: la capacidad de sorpresa ante el calor de los cuerpos vivos (Heráclito), la admiración hacia el renovado espectáculo del alba (Hume), la estupefacción del comentario de unos ejercicios militares contemplados desde una colina (Aristóteles), la expectación nocturna bajo la refulgente cúpula del universo (Kant), la fascinación del nacimiento (Sócrates), el deslumbramiento que provoca el hábito de hablar (Heidegger), reír (Wittgenstein) o soñar (Freud), o hasta el entusiasmo por el vuelo de una mosca (Wittgenstein) ejemplifican suficientemente esta capacidad de sorprenderse que ha de tener el filósofo ante lo ordinario. “Fue en mi habitación infantil de juegos donde aprendí mi primera y última filosofía, aquella en la que creo con una firme convicción”, escribe Chesterton.
Una capacidad de extrañeza a la que hay que sumar el escepticismo, las ganas de problematizarlo todo. Si la admiración es una emoción que resalta los elementos discordantes del vivir –desde el precio de unos zapatos a las conclusiones de la conferencia episcopal, pasando por las previsiones de la inflación-, la duda nos permitirá siempre ir un poco más allá cuestionando las raíces de las evidencias.

 

Fuente: El libro de las preguntas desconcertantes. Josep Muñoz Redon. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona. 1999.

 

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