Para vivir en armonía en la sociedad humana hay que alcanzar y mantener un equilibrio entre nuestras reacciones emocionales inmediatas –instintivas- y las respuestas racionales que...

Para vivir en armonía en la sociedad humana hay que alcanzar y mantener un equilibrio entre nuestras reacciones emocionales inmediatas –instintivas- y las respuestas racionales que preservan los vínculos sociales a largo plazo. La inteligencia emocional se expresa al máximo cuando los dos sistemas del cerebro -el cortinal y el límbico- cooperan en todo momento. En este estado, los pensamientos, decisiones y gestos, se ajustan y fluyen de manera natural, sin que prestemos una atención particular. En este estado, sabemos qué elección tomar en cada instante, y vamos en pos de nuestros objetivos sin esfuerzo, con una concentración natural, porque nuestras acciones están en línea con nuestros valores. Este estado de bienestar es a lo que aspiramos continuamente: la manifestación de la armonía perfecta entre el cerebro emocional, que proporciona la energía y la dirección, y el cerebro cognitivo, que organiza su ejecución. El gran psicólogo estadounidense Mihaly Csikszentmihalyi, que creció en el caos de la Hungría de postguerra, ha dedicado su vida a la comprensión de la esencia del bienestar. Y ha bautizado esta condición como el estado de “fluir”.

Curiosamente, existe un señalador fisiológico muy simple de esta armonía cerebral del que Darwin estudiara los fundamentos biológicos hace ya más de un siglo: la sonrisa. Una sonrisa falsa -la que uno se impone por razones de orden social- sólo moviliza los músculos zigomáticos del rostro, los que al hacer retroceder los labios descubren los dientes. Por el contrario, una sonrisa “verdadera” moviliza además los músculos que rodean los ojos. Pues éstos no pueden contraerse voluntariamente, es decir, mediante el cerebro cognitivo. La orden debe provenir de las regiones límbicas, primitivas y profundas. Por esta razón, los ojos no mienten nunca: su pliegue señala la autenticidad de una sonrisa. Una sonrisa cálida, verdadera, nos da a entender intuitivamente que nuestro interlocutor se encuentra, en ese preciso instante, en un estado de armonía entre lo que piensa y lo que siente, entre cognición y emoción. El cerebro tiene una capacidad innata para alcanzar el estado de fluir. Su símbolo más universal es la sonrisa en el rostro de Buda.

 

Fuente: Curación emocional. David Servan-Schreiber. Editorial Kairós. Barcelona. 2004.

 

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