Pascal decía que existen “dos excesos: excluir a la razón y no admitir más que la razón”...

Pascal decía que existen “dos excesos: excluir a la razón y no admitir más que la razón”. Razón y meditación hacen buena pareja. La segunda permite a la primera comprender su campo de acción. La meditación del mindfulness no ablanda la mente, pues no es una contemplación pasiva. Por el contrario, es un alimento para la inteligencia.

Ejercer la inteligencia es establecer vínculos, unir ideas y conceptos entre ellos, es extraer conclusiones o decisiones. Pero también es ver los vínculos existentes o que pudieran existir. Mostrarse inteligente es, pues, comenzar por observar lo que es, en lugar de querer imponer enseguida la propia presencia a lo real. La inteligencia es primero vincularse con el mundo, antes de relacionar los elementos y crear reglas y leyes.

Ese vínculo entre el mundo y nosotros conforma el núcleo del mindfulness, cuya práctica representa a la vez un laboratorio, donde observamos nuestra mente funcionando (podríamos hablar de una “ciencia de uno mismo”), y un gimnasio, donde nos entrenamos para adquirir ciertas cualidades: de reflexión, de concentración, de resistencia frente a la distracción, de creatividad, de flexibilidad mental…

Por ejemplo, el mindfulness facilita lo que en psicología se denomina acomodación. Las nociones de asimilación y acomodación fueron identificadas por el psicólogo suizo Jean Piaget. Describen la manera en que la mente integra las contradicciones eventuales entre el mundo y nuestra visión del mismo.

Así pues, si un elemento de la realidad contradice una de mis creencias, puedo asimilar (deformar la realidad para que encaje con mis creencias) o acomodar (modificar mi creencia para integrar la realidad).

Un ejemplo: pienso que alguien que conozco es egoísta (creencia) y un día lo veo comportarse conmigo de manera altruista (realidad). Puedo asimilar, no modificar mi opinión sobre esta persona y explicar su comportamiento diciéndome que se porta así por mero cálculo. Pero también puedo acomodar, decirme que también es capaz de mostrar comportamientos generosos y suavizar, o modificar radicalmente, mi opinión sobre esa persona, o suspenderla temporalmente («Espero ver más para saber verdaderamente a qué atenerme»).

Es más fácil y cómodo asimilar que acomodar, pues lo primero no requiere esfuerzos psicológicos ni replanteamiento personal. No hace más que engrasar nuestros automatismos mentales. Pero bloqueando evidentemente las capacidades de liberarnos de nuestras creencias y de hacer evolucionar nuestras opiniones y pareceres. El aumento de las capacidades de acomodación es uno de los beneficios del mindfulness. Es la consecuencia de actitudes mentales de aceptación e imparcialidad, por ejemplo. Y sobre todo de su práctica regular a través de los ejercicios, pues la práctica es lo que crea la diferencia entre una posición de principio y su aplicación día a día.

Freud escribió: “Resolver un conflicto no es ayudar a uno de los adversarios a vencer al otro”. El mindfulness puede enseñarnos a no desear la victoria de ninguna de nuestras maneras de pensar o de ver el mundo, sino acogerlas en nosotros con toda su riqueza y complejidad.

 

Fuente: Meditar día a día. Christophe André. Editorial Kairós.Barcelona.2012.

 

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