Podemos recurrir a la metáfora de la caverna que Platón emplea en <i> La República: </i> unas personas que, presas en el fondo de una caverna...

Podemos recurrir a la metáfora de la caverna que Platón emplea en La República: unas personas que, presas en el fondo de una caverna, sólo han visto las sombras de lo que hay fuera de ella proyectadas en uno de sus muros, creerán que esas sombras son la realidad del mundo. Las gentes de nuestro tiempo se hallan presas en amplia medida en una caverna mediática , que les ofrece imágenes de todo el mundo, y tienden a considerarse informadas porque esas imágenes se les presentan como la realidad del mundo.

Pero hay un abismo entre la realidad y su representación mediática que todo lo convierte en sombra. El relato audiovisual, selectivo a su manera, sometido a la doble censura del poder económico y político, cancerbero del poder simbólico, fagocita la realidad: la neutraliza o la ignora. Multiplica las maneras de verla cuando sólo se puede ver de una, y cuando se puede ver de muchas maneras sólo se sitúa en la perspectiva del poder. Todo lo transmuta en actualidades, sustituidas arbitrariamente unas por otras, cuyo sentido queda destruido por el hecho mismo de su fungibilidad. La historia se convierte en un tiovivo de catástrofes sociales y naturales mayores y menores aparentemente aleatorias e inevitables, producto aparente de la fatalidad. Las ciencias sociales se hallan ausentes de los medios de masas, abiertos en cambio a todo tipo de interpretación ideológica. El relato audiovisual está regido sin embargo por una Constitución inviolable que ordena sacralizar el consumismo y doblegarse al poder, y autoriza transgredir cualquier código que no sea éste. La representación mediática lo mide todo, hasta el peor de los horrores, por el rasero del entretenimiento; y todo lo recorta, dosifica y configura como un ansiolítico de masas. La pantalla, en cierto modo, se interpone entre el mundo y el espectador: lo que ve en la pantalla no le ocurre a él.

La caverna mediática no sólo convierte la realidad en sombras: también crea su propio teatro de sombras. Ahí están los espectáculos deportivos. Algún pequeño juego que practican los niños se convierte en profesión de adultos; los terrenos de juego pasan a ser coliseos y los acontecimientos de esos circos se reproducen mediáticamente hasta alcanzar para millones de espectadores malamente infantilizados la temperatura de la pasión. La caverna mediática produce realidad –ha dado con ese soporte para el negocio publicitario-: ahora el juego genera curiosidad, enfrentamiento, ebriedad, violencia (hasta el asesinato), agonía, exaltación, simbolismo. Bosques enteros son sacrificados para dar noticia impresa de las anécdotas de los circos; hay un mercado de derivados de los juegos, los niños se socializan fanatizados por sus ídolos y el poder asocia discretamente sus propios iconos a los triunfadores de turno. Los modernos circenses son mediáticos. Las frustraciones reales de la multitud se subliman en las hinchadas . ¡Qué ansia de fundirse, en el efímero y trivial sucedáneo del espectáculo, en una colectividad moral! Los presos de la caverna mediática mastican el sopicaldo de fantasías generadas por su propia prisión: disponen permanentemente de entretenimiento hasta morir ante la pantalla de una habitación de hospital.

 

Fuente: Entrada en la barbarie. Juan-Ramón Capella. Editorial Trotta. Madrid. 2007.

 

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