Por otra parte, cabe buscar algún consuelo en el hecho de que las economías de mercado siempre han sufrido altibajos...
Por otra parte, cabe buscar algún consuelo en el hecho de que las economías de mercado siempre han sufrido altibajos. Las burbujas no flotan eternamente: por regla general obedecen a una dinámica interna que provoca su propia destrucción. En el caso de las burbujas inmobiliarias, el alza de los precios conduce a un aumento de las inversiones en bienes inmuebles, hasta que llega el momento en que uno no puede hacer caso omiso de la incoherencia entre el crecimiento de la oferta y el descenso de la demanda por culpa de unos precios en constante aumento. Cuando se rompieron las burbujas inmobiliarias de los primeros ochenta, el porcentaje de viviendas vacías en la ciudad norteamericana de Houston había alcanzado el 30 por ciento aproximadamente. A medida que los precios siguen subiendo, el sostenimiento de su subida se hace cada vez más inverosímil. Eso fue lo que le ocurrió a esta burbuja: a más alto precio, más proliferación de empresas puntocom y más inversión en telecomunicaciones. Cuando la burbuja se pinchó, puede que el 97 por ciento de toda la fibra óptica desplegada no hubiera llegado a ver la luz: simplemente, nunca llegó a usarse. Pero tal vez podríamos incluso enorgullecernos de que, mientras en los cincuenta años desde el final de la II Guerra Mundial los periodos de prosperidad duraban una media inferior a cinco años,
el nuestro había durado incomparablemente más.
Fuente: Los felices 90. Joseph E.Stiglitz. Santillana Ediciones Generales. Madrid. 2003.
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