Primera constatación: progresivamente se está instaurando un nuevo orden mundial de las finanzas...

Primera constatación: progresivamente se está instaurando un nuevo orden mundial de las finanzas. De la crisis ha salido una superliga, más vigorosa que nunca. Un club de cabecillas más que correosos: Goldman Sachs, JP Morgan, Barclays, Crédit Suisse y Deutsche Bank. Verdaderos supermercados del dinero que ofrecen toda la gama de servicios veinticuatro horas al día en los cinco continentes. Una segunda división mantiene a los supervivientes de la resaca. Figuran en ella algunos bancos franceses, españoles, alemanes, canadienses, australianos o escandinavos a los que hay que añadir un grupo recién llegado de los países emergentes. En cuanto a los otros, los cojos de la tercera división, han sido condenados a reducir considerablemente su velamen, abandonando con frecuencia el desarrollo internacional para concentrarse en el mercado doméstico. La famosa división “en dos naciones” evocada en el siglo XIX por el antiguo primer ministro británico Benjamin Disraeli en su novela Sybil se puede aplicar perfectamente a esta nueva situación financiera: “Dos naciones entre las que no hay ni relación, ni simpatía, y que no están gobernadas por la misma ley. Estas dos naciones son los ricos y los pobres”.

De esta redistribución de las cartas en ciertos sectores de actividad un oligopolio, una verdadera liquidación plagada de conflictos de interés de la que únicamente se aprovechan los clubes de la primera liga. El juego de la competencia se debilita, la tarifa de las prestaciones aumenta, la elección de los clientes disminuye.

Invitados a tomar dinero prestado a buen precio, los miembros de ese oligopolio pueden correr de nuevo grandes riesgos con total tranquilidad para hacer subir los beneficios, las cotizaciones de la bolsa y… las famosas bonificaciones. Saben que, en caso de nueva catástrofe, el contribuyente estará siempre allí para sacarlos del apuro. O así lo esperan. La increíble recuperación de estos establecimientos es también, innegablemente, el resultado del auge del negocio, en particular de la especulación sobre las materias primas, la gallina de huevos de oro por excelencia de la actividad del trading. Por su lado, las transacciones de productos derivados sobre mercados organizados de común acuerdo han reemprendido su progresión en una total opacidad. Queda pendiente regularlas a fin de limitar los riesgos potenciales para el sistema financiero. Es el caso, por ejemplo, de los crédito default swaps (CDS) que permiten a los bancos y a otros actores cubrir los riesgos potenciales a los que están expuestos al operar sobre determinados mercados. Los CDS, que estuvieron en el centro de la debacle de las subprimes, siguen siendo, todavía hoy, extremadamente peligrosos.

En cuanto a la deuda, ha sido transferida del sector privado a los Estados. Helos pues confrontados, en todas partes, al agujero abierto en las finanzas públicas por el rescate del sistema. Juzgar la capacidad de las empresas –por lo tanto de los bancos- y de los países que tienen que reembolsar sus deudas sigue siendo, a pesar de sus graves lagunas, responsabilidad de las agencias de calificación.

 

Fuente: El Banco. Marc Roche. Ediciones Deusto.Barcelona.2011.

 

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