¿Puede mentir la música? A decir verdad, puede ir acompañada, en el caso de los personajes de la ópera, de una falsedad verbal que insinúa y subraya su intención mendaz, cómica o trágica...

¿Puede mentir la música? A decir verdad, puede ir acompañada, en el caso de los personajes de la ópera, de una falsedad verbal que insinúa y subraya su intención mendaz, cómica o trágica. Basta observar la instrumentación de mentiras en Così fan tutte, de Mozart, o Falstaff, de Verdi. Pero esto es trivial. ¿Puede la música, en su autonomía, ser falsa? (¿Falsa con respecto a qué?) ¿Puede ser contrafactual y transmitir, sirviéndose de sus propios medios, “aquello que no es el caso”? Simultáneamente, ¿cuáles son las “funciones de verdad” en la música? ¿En qué sentido puede una declaración musical ser “verdadera”? (¿Verdadera con respecto a qué?) La concordancia entre música y matemáticas ha sido señalada y aplicada desde los presocráticos. Resulta de un plano simultáneamente formal e interpretativo (medida, ritmo, división). Pero se quiebra en un punto decisivo. En las matemáticas, por más puras que sean, por más especulativas y desligadas de la aplicación práctica que estén, es preciso demostrar la verdad o falsedad de los axiomas, los teoremas o los lemas. Este es el núcleo de la prueba. Spinoza lee en las matemáticas el auténtico rostro de la verdad. La música puede violar el contrato firmado con una forma elegida y sometida a unas reglas, como una fuga o un canon. Estas violaciones pueden calificarse de “errores” en una matriz técnica-convencional. El principiante hace “mal” sus ejercicios de contrapunto. Pero estos errores o irregularidades no son en ningún caso “falsedad” o “mentira”. Por el contrario, en la historia de la música, con frecuencia son estas violaciones del contrato con las convenciones técnicas y los hábitos auditivos las que generan innovación y desarrollo. Las disonancias puestas a prueba por Beethoven, las subversiones de la tonalidad en los últimos estudios para piano de Liszt engendran los modernos sistemas atonales. No “mienten”, no pueden mentir. Cuando decimos que enriquecen y renuevan las “verdades” musicales, tomamos prestado este concepto y lo usamos de un modo indefinible.

Más allá de lo verdadero y de lo falso, más allá del bien y del mal. Ambas dicotomías están estrecha, aunque complicadamente entremezcladas. Cabe abusar de la música cuando ésta se compone y ejecuta como ensalzamiento de la tiranía política o del kitsch comercial. Puede, y de hecho así ha sido, ponerse a todo volumen para acallar los gritos del torturado. Semejante abuso, del cual la explotación de la música de Wagner, pero también de la Novena sinfonía de Beethoven (recordemos el apunte de Adorno), son ejemplos emblemáticos, es absolutamente esencial. No niega, no surge de la extraterritorialidad ontológica y formal de la música con respecto al bien y al mal. Movido por su temor hacia Wagner, Lukács preguntaba si un solo compás de Mozart se prestaba al abuso político, si podía expresar la maldad inherente. A lo cual, cuando en cierta ocasión yo me referí a este desafío, Roger Sessions, el más serio de los compositores, me respondió sentándose al piano e interpretando la amenazante aria de la Reina de la Noche de La flauta mágica . Añadiendo de inmediato, sin embargo: “No, Lukács tiene razón”.

 

Fuente: Errata. George Steiner. Ediciones Siruela. Madrid. 1998.

 

« volver