Sé demasiado bien que la vida está llena de sorpresas, que es tan rica y tan extraña como para que el amor aparezca en forma de un modelo preacordado, predecible y prefabricado...

Sé demasiado bien que la vida está llena de sorpresas, que es tan rica y tan extraña como para que el amor aparezca en forma de un modelo preacordado, predecible y prefabricado, pero aún así no puedo resistir la tentación de hacer un retrato robot del hombre perfecto.

De acuerdo. Es guapo (pero no sin alguna imperfección visible en sus rasgos: una nariz rota hace algún tiempo o unos dientes ligeramente torcidos). Es tremendamente inteligente pero nunca pedante. Su inteligencia está teñida de humor. De hecho, lo más destacable es su sentido del humor. Se ríe en la cama. Y, aunque también en ella es incansable, no está obsesionado por el sexo, no lo considera una prueba de rendimiento, ni se enfada si no mantiene una erección constantemente , ni espera que su mujer se enfade por ello. Se toma el sexo con tranquilidad, se divierte con él; es apasionado sin llegar a ser obsesivo.

Estas cualidades son suficientemente escasas en un mundo donde el rendimiento sexual se ha convertido en algo tan obligatorio como lo fue en su día la abstinencia sexual. La peor consecuencia de la llamada revolución sexual ha sido la sustitución de la pasión por el rendimiento sexual. Para muchos hombres, el sexo se ha convertido en otra área donde desarrollar una feroz competencia. Un joven de veinticuatro años, hijo de una amiga escritora, me confesó que desde los dieciséis a los veintiún años nunca “se permitió” llegar al orgasmo con ninguna mujer porque lo único que le preocupaba era dar placer a su pareja. “Yo veía a todas esas mujeres como tú y mi madre, escribiendo todos esos libros y artículos acerca de lo insensibles que éramos los hombres ante las necesidades de las mujeres. Así que pensé que lo importante era proporcionar el mayor número de orgasmos posibles a una chica. Me controlaba tanto que no podía eyacular. Ahora digo: ¡a la mierda con todo! ¡Revivamos la imagen de hombría de los tiempos de John Wayne, cuando los hombres podían tener una eyaculación precoz sin que les importase nada!”

Lo que este joven no había tomado en consideración, con su supuesta nostalgia por los tiempos de John Wayne, es que ningún hombre de la generación de John Wayne estaría cenando en casa de su madre ni hablando con una amiga de su madre de un tema tan íntimo. Algo ha cambiado para siempre en los hombres como consecuencia de la revolución sexual y del movimiento feminista y este cambio puede resumirse en una actitud mucho más abierta. No sólo pueden los hombres hablar con las mujeres sobre sexo, sino que hay hombres de veinte años y mujeres de treinta y cinco que, con frecuencia, se enrollan y acaban metiéndose en la cama (una combinación explosiva, largamente celebrada por los novelistas y cineastas franceses que, curiosamente, no se ha dado en nuestra supuesta tierra de la oportunidad). Además, no parece que nadie, a ninguna edad, esté totalmente inmune a la manía de rendir a tope en la cama. Nuestra sociedad acepta el sexo sin amor aunque no considere óptimo, pero parece haber sustituido el desiderátum delpermanente por el de la erección permanente. Cuando el sexo se vuelve tan competitivo como el paddle o la Bolsa de valores, no cabe duda de que ha perdido alguna de sus cualidades esenciales.

 

Fuente: ¿Qué queremos las mujeres?. Erica Jong. Grupo Santillana de Ediciones. Madrid. 1999.

 

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