Seducir es un verbo activo, complejo, por el que todo intelectual que ejerza de tal ha transitado alguna vez y a cuya conjugación ha dedicado esfuerzos...

Seducir es un verbo activo, complejo, por el que todo intelectual que ejerza de tal ha transitado alguna vez y a cuya conjugación ha dedicado esfuerzos. Lo significativo en Ortega está en que no será algo episódico, o etapa de bisoñez, sino toda una vida volcada en la seducción. Y no es nada desdeñable ni vulgar la seducción por la inteligencia. Conjugar el verbo seducir junto a la palabra talento es un asunto –no sólo en la literatura sino en el mundo de la filosofía- tan sólido, viejo y fecundo como la línea de reflexión que va de los presocráticos –quién puede olvidar la figura de Empédocles- hasta nuestra contemporaneidad, en que la seducción de masas o mediática es casi una condición imprescindible para ejercer de intelectual, e incluyendo a una serie de seductores filosóficos que van en paralelo, y sin desmerecer en nada, con la otra categoría de los sosos.
Bastaría con rememorar las razones que llevaron a un filósofo de la singularidad de Kierkegaard a titular una de las partes de su monumental O lo uno o lo otro como Diario de un seductor . Detrás de figuras como Sócrates, Erasmo o Voltaire emerge la personalidad del seductor. ¿Acaso se puede comprender la especialísima influencia de Wittgenstein en vida sin atender a su capacidad de seducción, que le convertían en un personaje cuyo halo personal formaba una especie de introducción a su reflexión filosófica? ¿No era Sartre un obseso de la seducción ya fuera femenina, adolescente, política o literaria? Desde Hegel hasta hoy, y a partir por tanto del lugar preponderante que ocupará la filosofía académica en el desarrollo del pensamiento filosófico, ¿alguien podría dudar que la seducción del alumnado por el profesor ha sido una fuente constante del mantenimiento y la continuidad de determinadas personalidades o escuelas ?

 

Fuente: El maestro en el erial. Gregorio Morán.

 

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