Sí, el mundo está ahí fuera, sobre nuestras cabezas y bajo nuestras narices, y es real, y es conocible...
Sí, el mundo está ahí fuera, sobre nuestras cabezas y bajo nuestras narices, y es real, y es conocible. Para comprender un poco por qué una determinada cosa es como es, ni le quitemos mérito a su belleza o a su imponencia ni la reduzcamos a “sólo un montón de sustancias químicas o moléculas o ecuaciones o muestras para un microscopio”. Los científicos se enfadan ante la trillada idea de que su búsqueda del conocimiento reduce el misterio, el arte, la “santidad” de la vida. Es como cuando observamos una rosa roja, afirma Brian Greene, y comprendemos un poco la física que hay detrás de su adorable tono rojizo. Sabemos que el rojo corresponde a una determinada longitud de onda de la luz y que la luz está formada por pequeñas partículas denominadas fotones. Sabemos que los fotones, que representan a todos los colores del arco iris, son emitidos por el Sol e impactan sobre la superficie de la rosa, pero, debido a la composición de los pigmentos moleculares de ésta, sólo los fotones correspondientes al rojo rebotan en sus pétalos, llegando así a nuestros ojos. Por este motivo la vemos roja.
Fuente: El Canon. Natalie Angier. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona. 2008.
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